¿Para qué sirve un museo?
Tradicionalmente se ha dicho que para guardar cosas, que las futuras generaciones van a conocer, para saber más acerca de su pasado, o su arte o su ciencia.
Otra visión es que las cosas allí guardadas son valiosas, para hoy y para mañana, por lo que deben ser exhibidas y demostrar así su valor colectivo. Otra mirada dice que los objetos son objetos de gente rica, o de coleccionistas, que guardan públicamente lo que es (o fue) privado.
Miradas más estereotipadas, aunque no desdeñables, ubican al museo dentro de los lugares aburridos, polvorientos, tenebrosos o indeseables inclusive.
Podemos decir que las cuatro perspectivas son reales: basta mirar las actas, ordenanzas y decretos que crean los museos, para acceder a las motivaciones profundas y no tanto, de los museos que hoy día están en funcionamiento. Y por otro lado, basta con preguntarle a la gente que opina del museo.
Pero… ¿hay nuevas funciones o motivos?
Una de las posturas más nuevas (es un decir, porque es de los años 70) implica correr el eje funcional del museo, del valor de lo expuesto hacia valor del público.
En esas teorías, pues son varias, llamadas, en conjunto, “Nueva Museología”, se establece un nuevo paradigma: la inserción del museo en una trama social, vista de otra forma. Si el museo siempre estuvo dentro de una sociedad, ahora esa sociedad es compleja, y también es exigente. No es una clase social dinerada, sino el público común, el conjunto de contribuyentes y de espectadores. “El dinero público vuelve al público” en los museos. Los eruditos, científicos y especialistas son ahora funcionarios públicos, obligados por una tarea, un trabajo, y no ya diletantes y hedonistas, dedicados a su propio placer.
Sin embargo, esto tiene limitaciones.
Los técnicos miran al público como cosa abstracta, y suelen reflejar en lo expuesto sus propios valores e intereses. El pasado, o el arte, se vuelven intocables y a la vez, accesibles. Pero también se vuelve cada vez más imperiosa la justificación de tanto dinero en resultados “poco evaluables”, como el aprendizaje o la diversión efectuados. ¿cómo evaluar lo que se aprendió? Así surgen encuestas, métodos, cámaras que registran el comportamiento del público, cuantificaciones, talleres. Finalmente, se privilegia el número, la cantidad. Que es el signo del tiempo multitudinario del hoy.
Tradicionalmente se ha dicho que para guardar cosas, que las futuras generaciones van a conocer, para saber más acerca de su pasado, o su arte o su ciencia.
Otra visión es que las cosas allí guardadas son valiosas, para hoy y para mañana, por lo que deben ser exhibidas y demostrar así su valor colectivo. Otra mirada dice que los objetos son objetos de gente rica, o de coleccionistas, que guardan públicamente lo que es (o fue) privado.
Miradas más estereotipadas, aunque no desdeñables, ubican al museo dentro de los lugares aburridos, polvorientos, tenebrosos o indeseables inclusive.
Podemos decir que las cuatro perspectivas son reales: basta mirar las actas, ordenanzas y decretos que crean los museos, para acceder a las motivaciones profundas y no tanto, de los museos que hoy día están en funcionamiento. Y por otro lado, basta con preguntarle a la gente que opina del museo.
Pero… ¿hay nuevas funciones o motivos?
Una de las posturas más nuevas (es un decir, porque es de los años 70) implica correr el eje funcional del museo, del valor de lo expuesto hacia valor del público.
En esas teorías, pues son varias, llamadas, en conjunto, “Nueva Museología”, se establece un nuevo paradigma: la inserción del museo en una trama social, vista de otra forma. Si el museo siempre estuvo dentro de una sociedad, ahora esa sociedad es compleja, y también es exigente. No es una clase social dinerada, sino el público común, el conjunto de contribuyentes y de espectadores. “El dinero público vuelve al público” en los museos. Los eruditos, científicos y especialistas son ahora funcionarios públicos, obligados por una tarea, un trabajo, y no ya diletantes y hedonistas, dedicados a su propio placer.
Sin embargo, esto tiene limitaciones.
Los técnicos miran al público como cosa abstracta, y suelen reflejar en lo expuesto sus propios valores e intereses. El pasado, o el arte, se vuelven intocables y a la vez, accesibles. Pero también se vuelve cada vez más imperiosa la justificación de tanto dinero en resultados “poco evaluables”, como el aprendizaje o la diversión efectuados. ¿cómo evaluar lo que se aprendió? Así surgen encuestas, métodos, cámaras que registran el comportamiento del público, cuantificaciones, talleres. Finalmente, se privilegia el número, la cantidad. Que es el signo del tiempo multitudinario del hoy.