LA HISTORIA NO ES EL PASADO, PORQUE TRANSCURRE HOY .
El Museo Itinerante del Barrio de la Refinería, las Jornadas de Cronistas e Historiadores Barriales y el Museo Virtual están declarados de Interés Cultural por la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Rosario y el Honorable Concejo Municipal.
Personería Jurídica Otorgada por Resolución Nº325 del año 2010.
SE MUESTRAN 5 ARTICULOS POR PAGINA, Y SE PUBLICA UNO NUEVO CADA MES. Para comunicarse:
BANCO DE IMAGENES: angita1845@yahoo.com.ar

domingo, 30 de agosto de 2009

LOS PELIGROS DE LA MESA

Hoy, vamos al supermercado y compramos una botella –plástica – de soda. O de agua mineral. O compramos, en el kiosco, un porrón.
Hace algunos años –digamos 40, 50 años- esas cosas eran peligrosas.
Los sifones eran verdaderas granadas.
Consistían estas piezas - hoy de museo- en una botella de grueso vidrio blanco, azul o verde, donde se vertía agua hasta 4/5 partes del volumen.
En la parte superior presentaban un pico, con un gatillo, como se ve en los actuales sifones de plástico. Solo que era de antimonio (de “plomo” se decía) y permitía la salida del agua.
Luego, una máquina llenaba el vacío restante con anhídrido carbónico, un gas inerte, pero a presión. Tanta presión hacía que el gas se disolviera en el agua, y expulsara el agua carbonatada para el consumo por el pico. Los primeros sifones comerciales, como los de marca PRANA, poseían una válvula inclinada, donde se insertaba un cartucho recargable. La botella estaba cubierta con una malla de alambre, para evitar explosiones.
Luego, el sifón de vidrio se vendía casa por casa, desde la fábrica de soda, y por intermedio del sodero, que aún recorre las calles. Con ese suministro venía el peligro. Un sifón que se caía regaba las pantorrillas de desafortunado usuario con una metralla de vidrios de 1 cm. de grosor.
Los obreros de las soderías usaban antiparras ¡o una máscara de esgrima! El operario llevaba tambièn un grueso delantal de cuero, forrado con plomo interiormente, lo que da idea del riesgo. En todos los barrios había historias de personas que habían quedado malheridas con sifones, aunque las pruebas son dudosas...
Para evitar las temidas explosiones, en los años 50 se comienza a blindar los sifones con aluminio, con carcazas que presentaban característicos agujeros oblongos verticales.
Más tarde, ya en los 70, se comienza a fabricar soda en casa. Se compraban varios sifones al sodero, y la garrafa con anhídrido carbónico. Acá al lado mostramos un conjunto listo para la carga. Esta garrafita era un cilindro (el “tubo”) con un pie de alambre soldado, y un manómetro en su extremo.
En general las garrafas se rellenaban en los extintos comercios llamados "Forrajes" donde se vendían semillas, carbón, kerosene, alpiste o mijo para los canarios y maíz por kilo para las gallinas. Y gas carbónico.
Se debía dejar la garrafita dos o tres días, con el nombre escrito o raspado en el metal, y luego se retiraba. Lo normal era tener dos garrafas, o bien comprar la soda al sodero, para esos pocos días. En las última época (años 80), algunos forrajes daban garrafas a cambio, ya llenas, por la vacía. Algunos pegaban una "curita" al tubo con su nombre escrito.
Al cargar la soda, una manguera de goma y tela tejida comunicaba el gas al pico del sifón lleno de agua, que se sellaba, para evitar pérdidas con un retén. Éste era de de alambre de bronce duro, y se enganchaba a la cabeza del sifón obturando el pico. Se abría el robinete o grifo del “tubo” y el gas salía; cuando llegaba a una determinada presión en el manómetro, se cerraba el grifo y ¡pif! se soltaba el retén con un chasquido característico producto del gas.
.
Un hábito, que parece universal en los usuarios, es que el padre o el abuelo –los encargados de rellenar sifones- solicitaban de inmediato el retiro de los chicos. La frase de rigor era "Salgan, salgan que estoy llenando los sifones".
La carga se efectuaba en el patio, o en el cuartito del fondo.
.
Con la llegada de los años 80, aparece el sistema Drago, que simplificaba la tarea. El “tubo” se roscaba en el fondo del sifón, y una válvula impedía al sobrecarga… y se cree que el estallido.
Aún hoy, los sifones plásticos llevan una malla de ese material para evitar que al estallar eventualmente, los trozos de plástico no hieran al usuario.
En el Barrio Refineria había varias soderías, que ameritan un artículo adicional, porque eran industrias barriales por excelencia.
Siguen los peligros. Veamos otro.
Una actividad riesgosa era abrir el barril de chopp o “chopera”. Este barril contenía una cerveza más liviana y barata que la envasada – el chopp- bebida muy rica y apreciada.
Se usaba en caso de gran cantidad de comensales, Encargar la chopera era a veces motivo de corridas, peleas y discusiones, acerca de si era mejor o no para la cantidad de invitados confirmados.
Comen 15 personas: ¿porrones o chopera?
Esto se hacía más agudo sobre todo para las fiestas de Navidad y año Nuevo, cuando porrones y choperas escaseaban por la demanda.
El barril, de aluminio y de 10, 15 o 20 litros, alcanzaba para mucha gente e incluso sobraba. Era común el 26 de diciembre buscar a alguien que tuviera una refrigeradora grande, desesperadamente, para guardar el barril abierto y así usar el remanente (casi siempre inutil) para Año Nuevo.
La chopera era un sistema burdo pero eficaz. Un tubo salía del barril y se metía en otro con hielo –el serpentín- donde la cerveza se enfriaba, y de allí iba a una canillita de bronce. Nada más.
Sin embargo, abrir el barril era un drama. Una tarea de hombres probos, heroicos. La chopera tenía un tapón de corcho o goma, a presión por el gas interior de la cerveza. Mucha presión. El que abría el barril colocaba una espada larga o “espiche” en el tapón, hundiéndolo hasta el fondo, y aplicando la conexión necesaria con el serpentín. El espiche tenía una manguerita con rosca, que se conectaba al serpentín, por donde salía la cerveza.
Dicen ciertas leyendas del barrio que, si estaba débilmente sostenido el espiche, al ser expulsado del barril por la presión del gas, atravesaba por el mentón la cabeza de usuario. Esta mala maniobra -o mala leyenda- tal vez generó el vocablo “espichar”: morirse, fallecer atravesado. Encima, en Navidad...
Uno de los que perfeccionaron este sistema (antes en apariencia mortal) fue el ingeniero rosarino Nahuel Paduan, que innovó las técnicas, volviendo menos peligrosa la puesta en marcha de la chopera. Paduán trabajaba en la Fábrica Militar Fray Luis Beltrán y era profesor del Instituto Politécnico, lo que le daba una gran inventiva para los mecanismos, facilitando la apertura de los barriles con piezas especiales.
Más tarde aparece el bloncher, neologismo (que se debe pronunciar "blonyer") para designar una pieza metálica que, al girar y mover una palanca, evitaba al usuario “espichar” al abrir el barril. Digamos que se "espichaba a rosca"
Aún se usan las choperas y los sifones, casi siempre de plástico, aquéllas de aluminio estampado, decor
ando las mesas de las fiestas de fin de año, los cumpleaños, las graduaciones. Casi siempre las choperas suponen muchos invitados, y es comun tomar varios litros antes de adormecerse... sin emborracharse.
Sin embargo, es interesante ver que, durante toda una época, para ciertos placeres colectivos –tomar soda o cerveza en una fiesta, por ejemplo - cualquier riesgo era aceptable… incluso espichar.

.

Para ver más de soda y sifones (nadie lo sabe todo): http://www.clubdelsifon.com.ar/museo.php

sábado, 29 de agosto de 2009

LA ARGENTINA CRUEL

De entre los libros que tiene el Museo, uno de ellos es muy particular, puesto que contradice la visión almibarada e idílica de la inmigración, hoy vista como una aventura gloriosa.
El libro se denomina La Argentina que yo he Visto y es de Manuel Gil de Oto.
Por ciertas referencias del texto, suponemos que es de 1915, si bien fue publicado en la década de 1930. Carece de fecha de impresión.
"Nuestros abuelos" no fueron tan santos ni tan esforzados, para Manuel Gil. Él es un español que viene a la Argentina "a ver". Viene prevenido por sus compatriotas, que le avisan que no tome contacto con españoles inmigrantes, puesto que son audaces, corrompidos por el dinero, avariciosos.
Considera a la Argentina como “una región asaltada y entrada a saco (a saqueo) por un ejército de brutales conquistadores, sin otra aspiración que recoger a toda prisa el botín que juzgan merecer”. Esta mirada feroz contrasta con el “crisol de razas” y la epopeya inmigratoria, propia de museos y libros costumbristas, y de agradable sabor.
Este, en cambio, es un libro amargo. La portada - que reproducimos arriba- muestra una multitud de españoles, algunos vestidos a la usanza "payesa" (campesina) corriendo en tumulto detrás de un billete con alas, que se les escapa... se alcanza a ver algún herido, o muerto por el tumulto.
De la Argentina dice: "Yo no he acertado a ver en la Argentina otra cosa que un país nuevo, mejor aún, un país en formación, en el que gentes llegadas de cien naciones distintas luchan con furia desesperada para hacerse ricas en poco tiempo"
El autor se considera a igual distancia “de la aristocracia y del pueblo”, da cuenta de su cinismo, y lo propala, y dice que "del tiempo que he pasado en Argentina guardo recuerdos más desagradables que impresiones gratas”. Así, sin hipocresía, se ubica en el poco humilde trono de la naciente clase media, y es crítico, pero sin modificar la realidad, es equidistante, pero a la vez burlón con los menos pudientes o afortunados.
El libro alterna prosa con poemas; no está de más copiar unos fragmentos.

Después de soportar en la Aduana
Un registro molesto e injurioso,
atravieso un galpón, y piso ansioso,
tierra que de mi tierra creo hermana.
Un mundo heterogéneo, que se afana
Por servirme, me embiste codicioso;
logro escapar, y un cochero ruinoso
Me lleva a la Cartago americana.
.....................................................................
Me despierta un mucamo filipino
Un griego me da el te, un ruso el baño,
Es mi hotelero un japonés huraño
El portero alemán, y el botones, chino.


El mate también cae bajo su mirada impiadosa:

El mate no es bueno ni malo
Como el café, el te y el tabaco
El mate es un veneno
Que ni cura ni mata. Yo no ataco
Al hombre que sin juicio
Hace del mate su constante vicio
Que la vida, sin vicios, fuera sosa;
Mas combatir pretendo, por dañina,
La manera asquerosa
Como se toma mate en la Argentina.


La emprende contra el gaucho también:

-¿Tiene el gaucho algún vicio? Ser borracho
-¿Tiene alguna virtud? Ser valiente
-¿Incrédulo o piadoso? Indiferente.
-¿Tiene capacidad? La de un muchacho.
No es necio, sino astuto y vivaracho
No es flojo e incapaz, sino indolente;
pide, promete, se desdice, miente,
Provoca, riñe y mata sin empacho.

En algún punto don Manuel se sorprende que el mozo de bar sea una persona con derechos iguales a cualquier ciudadano - iguales a los de él mismo- cuando para el autor es simplemente... un sirviente.
O que la avaricia y especulación de sus compatriotas e Buenos Aires no descanse ni por la noche... para no dejarlo dormir con su ajetreo de ciudad cosmopolita.
En un poema cruel narra las desventuras de un inmigrante avaricioso y taimado, Pachín, sólo para decir que un tipo así en España hubiese merecido la horca:
.
No tiene para el comercio
màs instinto que el del agio
más empeño que la usura
ni más arte que el de Caso
pero con esto le basta
para ganar sin trabajo
con astucias, que hace pródigo,
dinero que esconde avaro
Y como la ley que al débil
tortura, al fuerte da amparo
morirá rico y con honra
quien debió morir ahorcado.
.
Luego le emprende con otros poetas, literatos y autores teatrales, que se ven y leen en Argentina. Entre éstos, también ahorcaría al poeta Emilio Carriere, cuando dice, comparándolo con un célebre pícaro español:
.
(...) satírico injerto en un pillo
que vivió a lo Estebanillo
para tener un final
casi honrado
pues murió en un hospital
debiendo morir ahorcado.
.
Este interesante libro –más allá de la resistencia que pueda provocarnos- es una mirada diferente sobre un tema que se ha formado de forma idealizada, como es el de la inmigración.
No es frecuente este tipo de perspectiva, pero enriquece la comprensión de un tema que creíamos ya visitado y aceptado como un folklore sin mayores reflexiones.
Al menos, es una mirada diferente, menos "romàntica".
Aunque no nos guste.

miércoles, 26 de agosto de 2009

UNA PRIMERA COMUNION DE 1930


Establecida la población en el barrio, las costumbres de cada nacionalidad fueron adaptándose, confundiéndose.
Una de las costumbres más fuertes en todo grupo humano es la religiosa, la creencia religiosa, que en el barrio estuvo poco representada a comienzos del siglo, sobre todo la religión católica.
Hacia principios del la dècada del 20 esta tendencia "laicizante" empezó a revertirse, dados los esfuerzos que el obispo Boneo aplicaba en la difusión y práctica de la fe. Es la "edad dorada" de la creación de templos e iglesias en la ciudad.
Ya en la religion católica como rito, uno de los sacramentos católicos es la Comunión.
La foto que el museo posee y que vemos aquí representa el festejo, el recuerdo de ese sacramento. Es del 10 de agosto de 1930, caso raro de una foto antigua en la que puede establecerse la fecha con exactitud, y posiblemente se haya tomado en la cercana cancha de Rosario Central, cancha aún precaria, de escalones de madera y cemento, siendo muy útil a los efectos de la foto... y del fotógrafo.
Los chicos - que suman 108 varones exactos- han tomado la Comunión, son de la escuela Juan Baustista y se ven en la misma postura, casi todos serios, firmes. Uno que otro en pose suelta, canchera. Las ropas son variadas, algunos usan ropas ajadas, humildes, alguno, ropa de más calidad, denotando una cierta posición paterna.
Como era acostumbre, el pantalón corto es de rigor. Los estereotipos en la vestimenta aparecen: el vestido de marinerito, el que usa saco de estilo adulto, el de corbata. Todos usan el moño blanco tradicional.
La escuela San Juan Bautista es la actual escuela Boneo, y en su capilla deben haber tomado el sacramento.
Lo interesante, según uno de los integrantes del museo, es la cantidad de chicos.
Corresponde a 108 familias, o sea que poseen la representatividad -supongamos a 5 integrantes por familia de 540 personas, que es una cierta cantidad de gente para el barrio, que llamaríamos "católica practicante". Del resto de la población no sabemos nada, pero es importante ver la importancia que adquirió la religión católica, cuando veinte años antes no poseía ni templo en el barrio.
Es llamativa la presencia de este crecido número de niños católicos en un barrio que fue definido como alborotador, huelguista y que daba refugio a acratas, socialistas y comunistas, y por lo tanto, ateos, que rechazaban tajantemente la religión, sumados a los numerosos credos extranjeros, incluso no cristianos.
Es posible que a la vuelta de 17 años, el afincamento, el matrimonio con mujeres católicas, mas la seguridad que daba la pertenencia a un país, fomentara el auge de las creencias institucionalizadas, sobre todo practicando la religión mayoritaria. debemos tenr en cuenta que la religión del estado era la católica, y que incluso formaba parte de la enseñanza obligatoria.
El barrio obrero ya era un conglomerado que pertenecia a Rosario, y que trabajaba y vivía en la ciudad. Ya no habría griegos, turcos, ingleses o italianos, sino vecinos.
Los chicos de la foto, hoy ancianos - o fallecidos- forman un grupo testigo de la forma de vida en el barrio, hace casi ochenta años, cuando 108 juntos tomaron la Comunión.

domingo, 23 de agosto de 2009

ENCUENTRO "LOS VIEJOS BARES DE ROSARIO"

El sàbado 22 pasado en el Cine Lumiere se concretó un nuevo encuentro de Historiadores y Cronistas Barriales.
Con la temática de "Los antiguos bares de Rosario", los participantes se reunieron en mesas de bar, obtenidas y organizadas por el coordinador Mario Ghione y el personal del Cine, logrando un lugar motivador.
El museo presentó un powerpoint con fotos de bares desaparecidos, lo que dio pie para la evocación de otros muchos bares más.
Luego se expuso el pensamiento del museo acerca de los aspectos sociales del bar, sus características en la ciudad, sus orígenes, su institucionalización y evolución.
El powerpoint estaba basado en unas 30 fotografías de bares, algunos desconocidos y otros muy antiguos.
Esto disparó la memoria hacia bares muy recordados y otros no tanto; así, surgieron recuerdos de bares como el de Los Japoneses, Los 20 Billares, La Galera, El Sol de Mayo y El Resorte, entre otros muchos. Muchos de esso bares eran verdaderas instituciones sociales, lugares de encuentro que los participantes recordaban vívidamente, ya que formaron parte importante de su vida juvenil. La reunión se matizó con anécdotas risueñas que tuvieron como escenario los bares.El concepto del museo sobre el tema fue que las remodelaciones efectuadas en viejos bares están teñidas de "folklore" o costumbrismo. Así, los arquitectos, generalmente jóvenes, creen que recuperan los viejos bares relegando objetos antiguos a vitrinas, cuando en realidad están haciendo una reforma integral, una decoración teñida de anticuarismo.
Se mencionaron varios casos de estas reformas, como la del bar El Cairo, La Buena Medida y El Riel, y se concluyó que esas remodelaciones no son los viejos bares, sino recreaciones, modernizaciones que terminan con el espíritu original.
Sin entrar en juicios de valor, desde el museo pensamos que esas acciones deben ser declaradas no como "rescates" sino como reformas, remodelaciones que dan como resultado nuevos bares, con otras características.
Más allá de la polémica, el encuentro sirvió para la producción conjunta: el museo solicitó la ubicación de antiguos bares a los participantes, a fin de lograr un mapa de estos establecimentos, y Mario Ghione solicitó ayudar a completar el powerpoint con màs fotos.
Esto hizo que el museo solicitara que los particpantes hicieran un listado de la menos 10 bares antiguos, con la localizaciòn que tenían.
Este "mapa de memeoria" servirá para poder realizar un catálogo inicial, importante para poder estabelcer la ubiucacion de muchos de estos negocios que, por poseer muchos de ellos características barriales, no figuran en guías telefónicas, registros fotográficos o publicidades, sino que permanecen vivos solamente en la memoria.
Si esta iniciativa se cumple -lo que esperamos- confeccionaremos el mapa desde el museo, afin de poder completarlo con nuevos aportes.
Participantes que nunca habían venido, encontraron interesante el encuentro, solicitando que se les avise de nuevas reuniones. La próxima será en 19 de septiembre, cuya temática será "Permanencia de la Cultura Tranvía", donde se charlará sobre el sistema tranviario, sus anécdotas y características sociales sobre todo y se volverán a pasar fotografías de ese viejo sistema de transporte. Se invitará a un especialista, el historiador Pedro Sotelo, para poder enriquecer la charla con sus conocimientos sobre el tema.
El encuentro finalizó al mediodía, quedando los participantes con ganas de más café... pero "habìa que volver a las casas" .

viernes, 21 de agosto de 2009

LAS CASAS DE LATA

Una de las más recurrentes burlas de la clase media de principios del siglo XX era para la vivienda de las clases humildes y trabajadoras.
Abundan las citas jocosas para el Barrio de las Latas, o sencillamente, Las Latas. No estaba en Refinería exactamente, sino en Salta y Avenida Alberdi, lugar denominado hasta hoy “El cruce Alberdi”.
.
"¿Necesita un paseo para estirar las piernas? Voy a enseñarles un rumbo, aunque los higienistas pongan el grito en el cielo... Vayan al Barrio de las Latas ¿adonde queda? vayan por la avenida Salta hasta avenida Castellanos...":
.
Así se burla un cronista de la revista Monos y Monadas, en junio de 1910, definiendo al barrio como "atracción turística" (sic).
Castellanos es hoy Avenida Alberdi. La zona era aledaña de un sector fabril y ferroviario, la lógica laboral determinaba su emplazamento. Así, Las Latas era el resultado de la producción industrial, que generaba una demanda de mano de obra, ésta se resolvía en los inmigrantes, de todo tipo, que le daban al barrio Refinería un indudable aspecto cosmopolita.
Esta cualidad es siempre remarcada por los cronistas: el cosmopolitismo, la mezcla de "razas", credos, idiomas, culturas. Eran frecuentes los bares denominados "El Cosmopolita".
Sin embargo, el barrio era un pool de mano de obra disponible y variopinta.
De esta manera, si la producción necesitaba un caudal estable de obreros, y a la vez un ejército de reserva; esto en la práctica se resolvía seleccionando en la puerta a los obreros. "La lata" era -además del métodp de construccion - el método de inetrcambio para la prostituta y para el obrero. En una, era la moneda interna del queco, en el otro la entrada al yugo. La lata era un denominador común de la pobreza.
Así, el acceso al trabajo fabril estaba regulado desde el deseo de trabajar, desde la supervivencia, y no solamente desde la capacidad manual o técnica. Era la espera de la lata (el pase libre) para franquear el portón y trabajar.
Por lo tanto, había una espera del trabajo que debía resolverse desde la estabilidad territorial, había que tener una vivienda para vivir y para esperar.
En Refinería, las “casas de lata” eran también una respuesta a las condiciones económicas.
La imposibilidad de trabajo fijo, dependiendo de la estacionalidad de la caña de azúcar, hizo que muchos trabajadores, solos o con familia, resolvieran provisoriamente su hábitat. Las Latas, como edificación, es el resultado material de aprovechar los recursos sobrantes del sistema: los desperdicios. La mayor cantidad de “latas” son de formato pequeño, no son tambores sino latas de aceite, o combustible; indican un consumo de pequeñas cantidades, pero en gran cantidad, en gran número. Una vez abiertas, se aplanaban a martillo.
Los aceites Bau, Odone o La Bengasina, eran de ese formato de contenedor, el kerosene también se proveía en latas medianas. Posiblemente esas “latas” que formaban paredes y techos sean del consumo minorista, y no de la gran producción, aunque no lo sabemos.
Los sarcásticos apodos, como “Tacho – palace”, que utiliza el ácido cronista de un Caras y Caretas de 1913 (ver
http://museorefineria.blogspot.com/2009/07/la-prensa-burlona.html) parecen abonar esta suposición. Los recursos no se obtenían en la Refinería exclusivamente, probablemente sean de “la quema”, de residuos urbanos generales, resultado del consumo de la ciudad.
Los métodos constructivos no están ya a nuestro alcance, pero suponemos una construcción con los mismos métodos del ferrocarril: tirantes y alfajías de madera con las chapas de cinc clavadas en forma solapada, para impedir el ingreso de la lluvia y el viento.
El resultado es una construcción precaria, por supuesto, pero también provisoria, puesto que es conocido que el barrio en unos años se despojó casi completamente de estas viviendas. Quedaron algunas, pero en lotes individuales, e incluso algunas permanecieron hasta nuestros días, ya "forradas" por dentro en mampostería o bien con chapas de gran formato, lisas, ferroviarias, en los muros, y chapas acanaladas de cinc en el techo. Por dentro un machihembre de pinotea protegìa malamente del frìo. La famosa "casilla" como solución intermedia.

En la foto de la izquierda mostramos una vieja casilla sobreviviente, aunque abandonada, en calle Gorriti 425.
Hubo casas de lata ya más evolucionadas. Se conoce una, en calle Falucho, hecha con tiras de chapa estampada, en forma de tejas, usadas normalmente para mansardas y aleros decorativos de imitación, en las casas pudientes. En esta casa (muy humilde) la chapa decorativa fue usada como revestimiento de los muros exteriores, dando una imagen más "lujosa", pintando los rebordes de las falsas tejas de vivos colores, semejando las escamas de un extraño pez barrial.
Volviendo a Las Latas, se sabe que uno de los deseos que poseían los obreros era el de la vivienda propia, coincidiendo con las intenciones de la fábrica: la Refinería proyectó y edificó un conventillo, además de las casas para su personal administrativo.
Arijón contruyó sus cuartos pensando en esa poblaciòn de reserva, igual que lo pensaba el que puso el bar, la fonda, el almacén.
La Municipalidad misma estaba interesada en la desaparición de las Latas, y además de la famosa “quema de ranchos” sanitaria del glorificado Intendente Lamas, se postularon varias veces proyectos de casas baratas para obreros, y mas tarde las conocidas “Viviendas del Trabajador”.
Las casas de lata eran un tiempo de espera, hasta poder establecer un barrio sólidamente fundado en la producción. Mientras, la fábrica y el municipio intervenían en la situación construyendo casas de ladrillo, y a la vez congelando a los vecinos en su rol de “clase obrera” al afincarlos definitivamente en zonas industriales, no residenciales.
La tentación de comparar estas barriadas precarias con las villas miseria está siempre presente, pero no es tan directo el paralelismo.
Comparar casas de lata es comparar épocas diferentes con similares materiales.
Los habitantes de Las Latas son el resultado directo de un sistema productivo, y ese resultado fue provisorio. La villa miseria – mal llamadas “de emergencia”- son resultado del mismo sistema, pero la villa, más moderna, tiende a ser permanente e incluso a consolidarse y extenderse, son el resultado de la marginación y la desocupación endémicas, de la expulsión regional.
El municipio solamente en forma mínima se ocupa de la villa, con paliativos, ya que no depende de factores puntuales, como una fábrica de azúcar…
Las Latas son el resultado de una esperanza (vivir, y esperar que llegue el trabajo); las villas miserias surgen de la desesperación, de una esperanza trunca; el “villero” no ha sido asimilado por la sociedad, en cambio el obrero conformó un barrio, se convirtió en “vecino”.
Por ello, en el barrio Refinería la construcción de un “ejército de reserva” industrial forjó una mentalidad de esfuerzo, una visión muscular del trabajo como honra y como ètica.
Casi podemos afirmar que las casas de lata contribuyeron a ese deseado y honroso esfuerzo, porque “hacerse la casita” bien pudo haber comenzado, en la espera, al clavar esos tachos aplastados a martillo.
.
Como ilustración, de lo que se pensaba del ascenso social en Buenos Aires, a inicios del siglo XX, ponemos un video (hecho en Uruguay) y copiamos la letra del tango "Del barrio de las latas". En ese tango, cantado por Gardel, el ascenso se atribuye a maniobras dudosas como el robo ("descuido") o la actividad de gigoló, delatando el oculto deseo de un "congelamiento social", auspiciado por las clases medias y altas, generalmente denominado "conservadurismo". El Beltrán genèrico de la canciòn jamàs debiò dejar la cancha de bochas...
.

Del barrio de las latas
Tango
Música:
Raúl De los Hoyos
Letra:
Emilio Fresedo

Canta: Carlos Gardel


Del barrio de las latas
se vino pa’ Corrientes
con un par de alpargatas
y pilchas indecentes.
La suerte tan mistonga
un tiempo lo trató,
hasta que al fin, un día,
Beltrán se acomodó.
Y hoy lo vemos por las calles
de Corrientes y Esmeralda,
estribando unas polainas
que dan mucho dique al pantalón.
No se acuerda que en Boedo
arreglaba cancha’e bochas,
ni de aquella vieja chocha,
por él, que mil veces lo ayudó.
Y allá, de tarde en tarde,
haciendo comentarios,
las viejas, con los chismes
revuelven todo el barrio.
Y dicen en voz baja,
al verlo un gran señor:
“¿Tal vez algún descuido
que el mozo aprovechó?”
Pero yo que sé la historia
de la vida del muchacho,
que del barrio de los tachos
llegó por su pinta hasta el salón,
aseguro que fue un lance
que quebró su mala racha,
una vieja muy ricacha
con quien el muchacho se casó.

sábado, 15 de agosto de 2009

LA PRENSA BURLONA

Era frecuente leer en mas de una revista descripciones de la vida de la Refineria, pero siempre con un dejo sarcástico, sobrador.
El "corresponsal" de turno, luego de un viaje más o menos largo, describe a los vecinos como pintorescos y "trabajadores", aunque la sorna, mal cubierta por el lenguaje, se deja ver entre líneas.
En el Caras y Caretas -revista porteña- del 14 de junio de 1913 aparece una nota específica sobre el barrio. El cronista comienza su nota con una larga parrafada, bastante confusa y rebuscada a la distancia:

"El constante movimiento, la afanosa actividad, el aspecto eminentemente laborioso de los barrios industriales del Rosario y las costumbres sencillas y monótonas de la gente trabajadora que los habita, constituye la característica predominante de la ciudad. Es ésta una gran fábrica cuyos ruidos incesantes se pierden dentro de su mismo panorama dilatado, del cual surgen gallardamente dos rojas chimeneas gigantescas que a menudo exornan la serena costa del río navegable, en cuya vecindad se elevan, con un denso penacho de humo, que se desarrolla y se extiende largamente, a favor de las cambiantes brisas del Paraná".

Luego de esta introducción "poética", el periodista describe la forma de trabajo del barrio, enfocado en la Refinería. El cronista ve diferencias, pero las atribuye a las diferentes nacionalidades y jerarquías, sin tener en cuenta que el sistema económico tenía que establecer esas diferencias para optimizar la producción:

"Los jefes, los empleados, los obreros de la Refinería Argentina, toda una legión de hombres de trabajo, de distintas jerarquías, nacionalidades y costumbres, viven en ese barrio, sometidos a un régimen que aparentemente es el mismo para todos, puesto que someten los actos de su vida a los horarios y reglamentos del establecimiento al que pertenecen; pero que, en realidad, difiere entre unos y otros, radicalmente por razones complejas que escapan al detalle y cuyo origen puede encontrase en el cosmopolitismo, y la general miseria que caracteriza al ochenta por ciento de esa población".

Lo que "escapa al detalle" es la explotación diferencial, en vista de una mejor producción. Un changarín no puede ganar lo mismo que un calderero. Para él, todos son trabajadores homogéneos.
Luego "viene el palo" y el periodista se despacha contra las costumbres barriales (por cierto, no muy diferentes de otras ciudades y barrios):

"Por lo demás, hay múltiples aspectos interesantes en este barrio. Una gran cantidad de muchachas que trabajan en la Refinería. ofrecen el espectáculo de sus “afiles” a toda hora, asomadas a algún “Tranquil – palace”, a algún “Tacho – palace” o discurriendo por el original “bulevard de los huesos”, que es el preferido por los “afiladores” más refinados del lugar".

Los "afiles" son los actos de seducción entre jóvenes, lo que en las clases altas se denominaba poéticamente, "flirt". Es lo mismo ¿no?.
Luego, la malintencionada comparacíon de palacios y bulevares con el ámbito de miseria del barrio, constituye un dato importante para determinar el pensamiento de las clases medias a las cuales iba dirigida la revista.
La culpa de la miseria la posee el miserable.

Y la clase media, apacible lectora del Caras y Caretas, debe sentirse satisfecha por lo que posee: casas de material, calles pavimentadas, un menaje adecuado. Va al restaurant, y no al boliche, o sea posee estilos de vida "sanos".
Por eso la burla, el desprecio mal dismulado. Las personas son personajes: la sillera, el vigilante, el desocupado, las "chicas", los turcos, los obreros, el conventillo como "depósito de inflamables".
El periodista considera que hay 4000 vecinos en el barrio (habitantes, les llama), lo que es un dato importante, puesto que es una aglomeración en un espacio urbana de escasa extensión.
Por lo demás, el cronista no deja de pensar en su deber de "quedar bien", hábito persistente en la clase media, es "gente trabajadora". És cuestión de burlarse de la gente, no de insultar.
Para finalizar, contrasta las costumbres "malas" con el trabajo, como si unas, como el alcoholismo o las ansias de diversión, no fueran alternativas o elecciones forzadas debidas a las otras, o sea a la explotación:

"...y por la noche se sorprenden tremendas jaranas, en que una guitarra, un acordeón y una batería de botellas y copetines, bastan para dar la gran fiesta del escándalo en medio de un batallón de honrados obreros que duermen, que descansan y que son los más… Corresponsal".

Exotismo de entrecasa el de Caras y Caretas: el objetivo del periodista es corregir, hacer sonreir, asombrar y dejar las conciencias tranquilas.

No hay literatura de mayor éxito, incluso hoy.

LA MENTIRITA DE BIALET MASSE

Juan Bialet Masse, en su libro "Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la república" denuncia la explotación y las condiciones de trabajo de las fábricas rosarinas. Una de sus vistas a la Refinería deja un cuadro de miseria e insalubridad, con mujeres con el cuerpo arruinado desde niñas, operarios intoxicados por la melaza, salarios bajísimos y trabajo extenuante y contínuo.
Pero al doctor se le va la mano, exagera...
En el "Informe...", relata este diálogo, mantenido entre el médico y un empresario alemán (¿Shiffner, Altfeld, Herwig o Schlieper? ya no importa):
.
"Los patrones estaban resueltos a mantener sus expoliaciones. Un buen señor alemán, indignado de que yo le hiciera coro, se quedó estupefacto cuando le pregunté:

- Y dígame, señor, tan robusto y fortacho como es usted, ¿ha cargado alguna vez una bolsa de cien kilos?

- No... - me contestó.

-Pues vea, yo si la he cargado y llevado como veinticinco pasos; todavía me duelen los hombros y el pecho y las piernas, y han pasado como diez años; cargue usted una, ande si puede diez pasos, y después me contará si los estibadores tienen razón en negarse a cargar de sol a sol semejante peso."

Ahora sabemos que esto fue una flagrante mentira del médico. Preocupado por salvar la salud de los obreros, por mejorar su estado laboral, no sabía el buen médico que se ganaba el infierno con sus mentiras.
Las bolsas de la Refinería solamente cargaban 70 kg.
Esta imagen no nos deja mentir. La foto, de Monos y Monadas de 1911, fue obtenida en el flamante Mercado Central, y se observa un toldo, cubriendo bolsas de papas, hecho con otras bolsas, pero que fueron de azúcar.
Estas bolsas eran de tela blanca de lino, muy resistente y liviana, de trama fina para evitar fugas de polvo y "endulzar" todo lo que tocasen.
Las bolsas de este tipo se usaban para cargar, pero también para hacer ropa: pantalones, camisas y vestidos se hacían utilizando bolsas descartadas o robadas, que aprovechaban la calidad de la tela... y su baratura.
Estas bolsas cargaban 155 libras, o sea 70 kg., que casualmente es el máximo que puede cargar un ser humano sin severo riesgo óseo; hoy las bolsas de cemento pesan 50 Kg. (cinco baldes), y las bolsas de cereal de 100 kg. actualmente se cargan por cuatro personas, o mejor, por un autoelevador, porque suponen un riesgo laboral importante.
A lo mejor las bolsas del puerto sí cargaban ese peso, pero al menos...
¡Le hubiese dado bolsas de azúcar al pobre alemán, para que alardeara de su fuerza!.
.
.
Un interesante artículo de Tadeo Buratovich, vecino e historiador de Arequito, puede verse en: http://www.museosdesantafe.com.ar/descargas/35_texto%20(8).doc
Allí Buratovich cuenta los pormenores de la cosecha y el embolsado de cereales en los pueblos, a mediados del siglo XX. A los fines de lo narrado arriba, podemos ver los terribles e insalubres esfuerzos que suponía la carga y estiba de bolsas para los obreros rurales, no menos esforzados que los de Refinería, cincuenta años antes..

jueves, 13 de agosto de 2009

HECHO BOLSA Y BIEN CALADO

Entre los objetos del museo, existe uno que los niños, en las exposiciones, suelen confundir con una extraña arma blanca, con una espada hueca.
Es una caladora de cereales, una herramienta de trabajo del puerto.
La función de la caladora era extraer una pequeña cantidad de cereal de algunas de las bolsas a embarcar; esa pequeña cantidad verificaba una cierta cantidad de grano. Una medida con un número grande significaba semillas pequeñas, y otro con menos grano, un mayor tamaño de la semilla. De ese muestreo surgía la calidad del embarque, y la coincidencia (o no) de lo embarcado con lo solicitado por el comprador, en cantidad de semillas por volúmen embarcado. Además, se controlaba la calidad de las semillas en sí, su color, su estado, si tenía plagas, etcétera..
Veamos cómo funcionaba la herramienta. La caladora constaba de una punta hueca, en chapa de hierro, muy aguda, que tenía una sección en forma de “C”, que se iba angostando hacia la punta. El calador clavaba hasta el fondo la punta, en la bolsa, y la forma de la herramienta retenía cierta cantidad de grano. Poseía un mango antideslizante, generalmente de corcho, y en el extremo del mango, directamente un orificio. El operario clavaba la caladora, y la muestra se volcaba por el mango. Frecuentemente tenía una vaina de cuero, para usarla al cinto. Había caladoras para maíz, trigo y lino, que es la que poseemos en el museo.
De esta tarea –en realidad un control de calidad- deducimos que el calador fuera un personaje temible: delataba la calidad del embarque. Si vemos las fotos que suministramos, su presencia contrasta con la ropa humilde y desaliñeada de los changarines y estibadores. Tiene traje de calle, gorra (incómoda para hombrear) y una apostura vertical, no encorvada por los 70 kg. de la bolsa. Este personaje no definía, puntualmente, las bolsas que entraban o no a la bodega del barco, puesto que el muestreo se hacía de forma metódica. Se calaba en el vagón, o al bajar las bolsas, en puntos definidos de la chata del vagón, a medida que las bolsas pasaban por la rampa a la bodega, o bien cuando pasaba el estibador.
El punto de embarque era, para los obreros el de mayor peligro y tensión. Hombrear bolsas y detenerse significa realizar un esfuerzo grande, por lo que el calador, en la rampa, calaba con el estibador en movimiento. Éstos eran conscientes de la importancia del momento, no del calado (importante para cliente y vendedor) sino el de la estiba, la carga al buque. La carga era el "momento económico", cuando agro y exportación se combinaban físicamente. Si ese punto fallaba, si no se cargaba, no se cobraban los commmodities, por lo tanto, fracasaba el "modelo" agroexportador. Los obreros lo sabían: las huelgas de principios del siglo XX siempre comenzaban allí, en el muelle, puesto que el embarque era la manifestación real de los negocios agroexpoertadores que sostenían el país. Podemos ver que puerto y transporte público (como trenes y ferrocarriles) eran los inicios de las huelgas generales, desde allí se podía paralizar la economía completamente.
Volviendo al calador, su tarea era delicada, casi política, desechar un embarque por su calidad era un asunto importante. Este oficio inquisitorio ha dejado algunas huellas en el habla cotidiana, al menos hasta hace algunos años.
En el habla coloquial, calar significa mirar, observar pero con la intención de inspeccionar.
Te tengo bien calado es una expresión que indica el conocimiento que tenemos del carácter o comportamento de una persona, que ha pasado por nuestro "control de calidad".
Es frecuente que actividades muy conocidas, populares, conocidas o frecuentadas, dejen huellas en el habla popular, como el fútbol, el juego o la comida. Así, calar tiene sinónimos como marcar, carpetear y manyar, pertenecientes a esas tres categorías mencionadas. Todas significan lo mismo: inspeccionar, observar.
La caladora, aunque casi olvidada ya como herramienta, dejó una marca más, un signo de lo agrario en la Argentina, porque el hoy denostado o glorificado "campo" perfiló todo un modo de vida en el país.
.
Las imágenes históricas son de la revista Monos & Monadas del año 1911, extraidas de una nota denominada "El Puerto de Rosario". La revista forma parte de la colección del museo..
Para ver más sobre calado de cereales:
http://www.bccba.com.ar/bcc/images/00000651_Anexo%20A.pdf

lunes, 10 de agosto de 2009

"EL DIA C" (C DE CIERRE)

El recorte está en el diario El Litoral, del 23 de octubre de 1932. En él, se anuncia el cierre definitivo de la Refinería, y el traslado de la maquinaria a Tucumán.
Qué momento.
En ese mismo año, el último ingenio de Tucumán que le quedaba como cliente, la Compañía Azucarera del Tucumán, declaraba que prescindía de los servicios de la gran fábrica. La empresa tucumana era del mismo holding empresarial que la Refinería. En síntesis: ya no había remedio.
La hiper tecnificación no había dado los resultados esperados. Como dice Donna Guy, hay “límites” a la industrialización, sobre todo en un mundo que entró en crisis capitalista, sequías y sobre producción alternadas, mercado nacional voluble y alta competencia. Se había intentado todo: diversificar, refinar azúcar extranjera, fabricar artículos derivados, exportar quebracho, pedir plata… Luego de varios años de malabarismos económicos, la fábrica ya no podía funcionar, y por varios motivos.
Internamente, como destaca Guy, había un optimismo basado en la técnica que disimulaba los graves problemas de inserción industrial en el mercado; políticamente, se la veía como una empresa con voluntad de monopolio, sin haberlo podido ser nunca. El radicalismo la veía como un resto del viejo sistema oligárquico, la oligarquía nuncas tuvo demasiada simpatía por la industria...
La empresa había empezado con 660 obreros, llegando a miles. El recorte del diario detalla la cantidad de trabajadores, de 1600 en enero a 330 en octubre. La Refinería ya no pudo sobrevivir a sí misma, a su inadecuación al mercado y en medio de una crisis inevitable.
Luego del cierre, durante 15 años el desempleo se volverá tan común en el barrio, que la vecinal, en los años 40, pedirá a la Gobernación instalar alguna fábrica, para dar algún trabajo a los vecinos sin empleo.
En el libro "Rosario y sus Vecinales", de 1997, Graciela Agnese, Liliana Brezzo y Mónica Martínez de Neirotti, narran esos hechos: "A principios de la década del 40 el barrio Refinería se conocía como una zona de gran miseria, con casas de juego y tolerancia (...) en 1944, se pidió al gobierno de la provincia que se estableciera alguna industria en la planta de la ex Refinería, para dar trabajo a los obreros desocupados, e incluso se llegó de la instalación de una fábrica de alcohol que no pudo concretarse, ya que una ordenanza municipal prohibió la instalación de fábricas de artículos inflamables dentro de la ciudad".
Resolver los problemas de la inicativa privada mediante el Estado... una vieja receta de la iniciativa empresarial. O sea: privatizar las ganacias y socializar las pérdidas.
En el mismo libro, se cuenta de personas que habían ocupado un terreno propiedad de la Algodonera, y que fueran indeminizados con $200, por ser gente de condiciòn más que humilde. Varias gestiones en 1945 tratan de obtener facilidades para la construcción de casas baratas.
Algunos de los vecinos, los más afortunados, ya son cuentapropistas: vendedores ambulantes, comerciantes minoristas, poseen pequeños talleres. Otros trabajan en el ferrocarril, la Algodonera Argentina o en el centro de la ciudad.
Pero muchos, que vivían de los procesos y productos que pedía la Refinería, ya no podían suministrar la mercadería en el gran volumen que antes se pedía. Ya sean bolsas, o mano de obra. No había trabajo: así de simple.
Una larga noche histórica cae entonces sobre el barrio.
Los datos sobre ese período son escasos, y se sabe más de la época “dorada” de la Refinería, que de esos años grises entre 1932 y 1950. La misma Donna Guy mencionada, en su importante libro, se sube a esa historia clásica y la cuenta porque es, precisamente, una época dorada...
Las historias de ferroviarios, comerciantes, paseos por la avenida Alberdi, de los carnavales en los clubes, sobreviven, tal vez porque son amables, dulces, simpáticas.
Menos suerte tuvieron las menudas historias de pobreza, desesperanza, desocupación y marginaciòn que caracterizan esos años sin industria a gran escala, cuando todo un barrio no podía, ya, en la realidad, justificar su nombre original.
En 1948, un decreto municipal se lo cambia el nombre del barrio por "Islas Malvinas".
No hubo vecinos ni vecinalistas invitados al acto de inauguración. Todo un signo.

Para ver el artículo de Donna Guy:
http://www.unsam.edu.ar/escuelas/politica/centro_historia_politica/material/178.pdf

domingo, 9 de agosto de 2009

EL BARRIO DE LA GINEBRA

La Refinería Argentina poseía un grave problema a inicios del siglo XX.
Su producción de azúcar no siempre estaba acorde con la demanda. A veces, la produccion superaba lo que el mercado necesitaba, y la industria moderna que se suponía que era, simplemente producía más azúcar, que no se podía vender.
Por ello la misma materia prima suministraba otras mercaderías, para otras industrias.
La destilación controlada de la caña de azúcar o sus derivados producía diferentes tipos de alcohol. Algunos se producían mediante la destilación de la caña en grandes alambiques, en otra, la melaza producía otro tipo de producto: la ginebra, o en realidad, el llamado aguardiente. La fermentación del jugo y su destilación posterior producía alcoholes que, refinados, eran una bebida común, las “bebidas espirituosas”.
La Refinería empezó a rodearse de fábricas subsidiarias, dependientes de su materia prima o en realidad de la melaza, que era un residuo. No sabemos aún la real vinculación, aunque suponemos que se tratarían como proveedores.
Las más conocidas eran de apellidos alemanes.
Vecino de la fábrica era un alemán llamado Emilio Schiffner, donante de los terrenos del actual teatro El Círculo y dueño del diario La República. Vinculado con la alta sociedad rosarina, era un empresario “moderno”. Esta característica no impidió que Schiffner (editor) echara al autor Florencio Sánchez de su periódico: Sánchez era empleado del alemán, por causa del famoso manifiesto libertario del literato, con motivo de la huelga de 1904 (para ver más datos, ir a
http://museorefineria.blogspot.com/2009/07/la-primera-victima.html).
La misma Refinería estaba en terrenos comprados a Hermann (o Hernán) Schlieper, que se asoció en 1887 con Ernesto Tornquist para comenzar con la fábrica de azúcar. Schlieper le había comprado por unos 25 mil pesos los terrenos a José Arijón, y se los vendió a la Refinería por 114 mil, o sea con un 300% de ganancia ¿era un buen socio?
Con el tiempo, se fabricará aguardiente de esa marca, Schlieper, en una fábrica al norte de la Refinería, pero girando bajo el nombre de Ricardo Schlieper.
Sus productos, aguardiente en porrones de barro, y más tarde alcohol medicinal, utilizaba la materia prima de la caña de azúcar. Un viejo plano de 1890 que posee el museo describe la zona, y hacia el norte puede verse una “fábrica de ginebra”. En la foto de arriba a la derecha damos una aproximaciòn de la fábrica de ginebra, imagen aérea fechada cerca de 1935.
La “ginebra” – en realidad el aguardiente- era una de las bebidas predilectas de los criollos, aún más que el vino. Los italianos consumieron la grappa, y los españoles se volcaron, en general, a consumir vino tinto, más acorde a sus costumbres de país con regiones áridas.
El logotipo de Schlieper y Compañía era una abeja, que aun puede verse en un viejo cartel de la Peatonal Córdoba. El museo posee varias botellas de vidrio de este alcohol, marrones y verdes, que tienen el logotipo, y semejan una cantimplora, con sus correajes. Se hallaron enterradas en la zona de la Refinería.
Otras fábricas de ginebra estarán rodeando la Refinería: la de Emilio Schiffner, casi al lado, con inmensos galpones, pues este empresario se dedicaba a la venta de maderas, y la fábrica de Ginegra de Herwig, famosa por sus vinos y aperitivos. Un cartel de esta firma puede verse en la cortada Arenales, muy oxidado, sobre el bar que actualmente funciona donde estaba un almacén. OTra fábrica de "espirituosos", la licorería de Wildemberg también poblaba la zona. Ya un poco más al sur, la destilería de Altgel sumaba su producción al sector, que se empalmaba con los muelles más lejanos de Davis y Coffin. Más tarde, se sumará la fabrica de alcoholes Soler, dependiente de la Azucarera y Alcoholera Soler S.A. , de Tucumán. Unos tanques de creosota (un cancerígeno producto de la destilación de maderas) con el logo representando un sol naciente, permanecieron hasta los años 90, donde hoy está la llamada Plaza del Mercosur. En 1988 la empresa Soler quebró, y en 2006 fue llevada a remate.
El sector aledaño a los terrenos de la fábrica, hacia el cierre de la Refinería (década del 30), quedó finalmente con una serie de industrias - satélite, que aprovechaban la producción ( o el consumo) de la gran Refinería, fabricando no sólo aguardiente, sino bolsas de tela, sogas, alimentos, piezas de madera o de metal. También bares, almacenes y conventillos abastecían a los obreros. Y pequeños talleres comenzaron a funcionar, dando al barrio una imagen industrial, aunque no demasiado apreciada por el resto de la ciudad, que aparentemente se pensaba a sì misma como comercial, de clase media y no precisamente fabril y proletaria.
Con el cierre, en 1931, toda la producción barrial debiò reformularse, subsistiendo de otro modo, forzadamente, hasta la llegada de la Maltería. El barrio había quedado conformado definitivamente hasta inicios del siglo XXI como un sector obrero, trabajador, "muscular".
Es interesante remarcar, de todas maneras, que la Refinería no era un simple edificio donde se fabricaba azúcar para vender, una terminal de producción. Fábricas como Repetto y Sforza, la carbonera Wilson, la fábrica textil Remonda y Monserrat, la Algodonera Argentina, y la fábrica de Ballesteros Hermanos fueron de las más importantes. La Refinería atrajo numerosos negocios menores, abasteciéndola de terrenos, tela, soga, hilos, bolsas, herramientas de mano, obreros.
Fue un negocio que transformó profundamente la zona norte, promoviendo un polo industrial importante, y también dándole al sector una impronta particular. No creemos que esto haya sido voluntario por parte de Tornquist; éste aprovechó y transformo la realidad según sus intereses y negocios, pero su accionar activó un mecanismo económico duradero en sus consecuancias.
Esta condición llevó a especulaciones, negociados y formas urbanas más acordes a los intereses privados que a los de los rosarinos cuando funcionó la efinería, y el abandono y la segragación cuando dejó de funcionar. En los años 40, el desempleo en el barrio era abrumador. Siguiendo la tradición (o aprovechando la maquinaria) se intentó tentar al gobierno de Santa Fe para que iniciara la producción de... alcohol en el viejo edificio. Luego vendría la Maltería Argentina, Safac, pero ya no sería lo mismo. El barrio perduró, aunque aislado, justamente porque ya era barrio de la ciudad, con sus servicios, sus transportes y sus comercios.
Finalizado el aislamiento del sector con las reformas de los años 90, todo el territorio antes fabril se vio como una expansión del centro, olvidado su rol de "fábrica". Ya nadie recuerda la ginebra Schlieper, el alcohol Soler, el viejo almacén, el antiguo bar, la fábrica de bolsas.
Pero esta historia de fábricas que se van acoplando para obtener ganancias siderales -o no- , en terrenos comprados por poco y vendidos por mucho, no es nueva.
Al contrario, es muy vieja, aunque otras más actuales no sean tan “dulces” como la historia de la Refinería Argentina. Hoy los terrenos de la Refinería valen millones de dólares, que poseen, como siempre, unos pocos. Y encima, hoy la ginebra es cara.

jueves, 6 de agosto de 2009

¿COSER Y CANTAR?

La mujer en el Barrio Refinería alcanzó un protagonismo que nos ha llegado, famosamente, por medio de las historias de Virginia Bolten y las huelguistas que protestaban por los precios de los alquileres.
Pero las mujeres sin historia, las que hicieron el barrio día a día, tienen "menos prensa" que la pujante Virginia, sin que por ello hayan sido menos fuertes y decididas.

Unas de las actividades más sobreentendidas y menos apreciadas de la época es la costura.

Era un trabajo duro, y se cree habitualmente que lleva menos esfuerzo muscular.
Esta máquina de coser de inicios del siglo XX, que mostramos arriba, nos desmiente la imagen machista de la mujer cansada, pero feliz, que espera que llegue su marido y que amorosamente cose la ropa de sus críos, mientras canta. "Coser y cantar", para indicar una tarea fácil, es una frase de cavernícola incurable.
La del museo es una máquina de coser pesada y poco sofisticada, marca Frister y Rossmann, de Berlín, Alemania. Esta fábrica manufacturaba este tipo de herramienta casera desde 1867, y las de accionamiento manual hasta los años 50. Gustav Rossmann y Robert Frister eran los dueños. Aún se fabrican máquinas de esta marca, aunque eléctricas, claro. Otras marcas más famosas del siglo XX eran Necchi y Neumann, y en 1888 se había presentado una, nacional, en la Gran Exposición Industrial del Arroyito, de la que no hemos encotrado más datos. Frister y Rossmann fabricaron los repusetos y tambien máquinas de bordar, de tejer y de escribir, ya que los mecanismos eran de similar factura técnica.
Si bien el mecanismo de costura es eficaz, y muy parecido a las más modernas Singer (nombre que pronunciamos "sinjer" y no "singuer", cantor) es a manivela.
Esta forma de coser a máquina permitía una costura más prolija y rápida que la manual con hilo y aguja, a la vez que intervienen dos hilos en vez de uno solo, tejiendo la costura.
El funcionamento, nada sencillo, es este: la aguja posee un ojo en su punta afilada, que se intruduce en las telas a unir. Cuando está debajo de éstas, se crea un bucle o rulo, que es enganchado por un pivote afilado, en forma de gancho o lanzadera. Al enganchar, el hilo se anuda un poco, y al mismo tiempo la tela avanza, clavándose de nuevo la aguja en otro lugar. Otra vez se hace el rulito, un nudo, y se va tejiendo, puntada a puntada, rápidamente, la costura.
Este mecanismo debía estar perfectamente lubricado, calibrado y funcionaba mendiante un volante pesado, de hierro, que poseía una manija que se hacía girar con la mano; la tensión del hilo era importante, porque se "cortaba" frecuentemente. Una biela permitía colocar un carretel comercial y pasar prolijamente el hilo al carretel - la bobina- de la máquina, que se introducía luego en el sistema interior o lanzadera.
El esfuerzo que hay que hacer para coser es considerable. A pesar de tener un amplificador de movimentos, una "caja de cambios", contabilizamos al menos veinte piezas a mover, cada una con su fricción y su desgaste.
Consideramos que al coser una camisa, la mujer llegaba casi a la extenuación, tanto por el esfuerzo como por la sucesión de vueltas de la manija, que la agotaba con rapidez.
Sin embargo, tener una máquina de coser fue una solución a la economía familiar. "Comprarse la máquina" era una desición importante, adulta y condicionante. Modificaba, tal vez para siempre, la vida familiar.
Para comprar una máquina de estas, la mujer debía tener un proyecto de vida, y no la simple intención moderna de ahorrarse unos pesos en la boutique. Se transformaba en costurera.
:
Las niñas, ya a partir de los años 30, fueron educadas para realizar labores en estas máquinas, y en las más modernas, ya a pedal. Las escuelas de costura eran muy buscadas, y las clases se convertían en verdaderas tertulias, donde se obtenía el famoso "diploma". Hombres, mujeres y chicos usaban ropas hechas en casa, hasta que la industria textil nacional pudo garantizar una fabricación sostenida y económica de ropa, recién en los años 60.
La costura en los años viejos era una cosa menos simpática, era la cruel realidad.
A principios del siglo XX, la costura era una forma fatigosa de ganarse la vida, como el lavado y planchado de ropas, hora tras hora, hasta quedar extenuadas, con escoliosis, o casi ciegas por la luz de las velas o el apestoso kerosén de los quinqués.
La famosa "costurerita que dio el mal paso", tropezó por la miseria de su trabajo.
A la par de los hombres, en el viejo barrio las mujeres trabajaban en la casa, y no precisamente en las "descansadas" tareas que pensamos.
:

Esta es una interesante página sobre máquinas de coser alemanas e inglesas, aunque está en inglés: http://www.sewalot.com/frister_rossmann.htm