LA HISTORIA NO ES EL PASADO, PORQUE TRANSCURRE HOY .
El Museo Itinerante del Barrio de la Refinería, las Jornadas de Cronistas e Historiadores Barriales y el Museo Virtual están declarados de Interés Cultural por la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Rosario y el Honorable Concejo Municipal.
Personería Jurídica Otorgada por Resolución Nº325 del año 2010.
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domingo, 30 de agosto de 2009

LOS PELIGROS DE LA MESA

Hoy, vamos al supermercado y compramos una botella –plástica – de soda. O de agua mineral. O compramos, en el kiosco, un porrón.
Hace algunos años –digamos 40, 50 años- esas cosas eran peligrosas.
Los sifones eran verdaderas granadas.
Consistían estas piezas - hoy de museo- en una botella de grueso vidrio blanco, azul o verde, donde se vertía agua hasta 4/5 partes del volumen.
En la parte superior presentaban un pico, con un gatillo, como se ve en los actuales sifones de plástico. Solo que era de antimonio (de “plomo” se decía) y permitía la salida del agua.
Luego, una máquina llenaba el vacío restante con anhídrido carbónico, un gas inerte, pero a presión. Tanta presión hacía que el gas se disolviera en el agua, y expulsara el agua carbonatada para el consumo por el pico. Los primeros sifones comerciales, como los de marca PRANA, poseían una válvula inclinada, donde se insertaba un cartucho recargable. La botella estaba cubierta con una malla de alambre, para evitar explosiones.
Luego, el sifón de vidrio se vendía casa por casa, desde la fábrica de soda, y por intermedio del sodero, que aún recorre las calles. Con ese suministro venía el peligro. Un sifón que se caía regaba las pantorrillas de desafortunado usuario con una metralla de vidrios de 1 cm. de grosor.
Los obreros de las soderías usaban antiparras ¡o una máscara de esgrima! El operario llevaba tambièn un grueso delantal de cuero, forrado con plomo interiormente, lo que da idea del riesgo. En todos los barrios había historias de personas que habían quedado malheridas con sifones, aunque las pruebas son dudosas...
Para evitar las temidas explosiones, en los años 50 se comienza a blindar los sifones con aluminio, con carcazas que presentaban característicos agujeros oblongos verticales.
Más tarde, ya en los 70, se comienza a fabricar soda en casa. Se compraban varios sifones al sodero, y la garrafa con anhídrido carbónico. Acá al lado mostramos un conjunto listo para la carga. Esta garrafita era un cilindro (el “tubo”) con un pie de alambre soldado, y un manómetro en su extremo.
En general las garrafas se rellenaban en los extintos comercios llamados "Forrajes" donde se vendían semillas, carbón, kerosene, alpiste o mijo para los canarios y maíz por kilo para las gallinas. Y gas carbónico.
Se debía dejar la garrafita dos o tres días, con el nombre escrito o raspado en el metal, y luego se retiraba. Lo normal era tener dos garrafas, o bien comprar la soda al sodero, para esos pocos días. En las última época (años 80), algunos forrajes daban garrafas a cambio, ya llenas, por la vacía. Algunos pegaban una "curita" al tubo con su nombre escrito.
Al cargar la soda, una manguera de goma y tela tejida comunicaba el gas al pico del sifón lleno de agua, que se sellaba, para evitar pérdidas con un retén. Éste era de de alambre de bronce duro, y se enganchaba a la cabeza del sifón obturando el pico. Se abría el robinete o grifo del “tubo” y el gas salía; cuando llegaba a una determinada presión en el manómetro, se cerraba el grifo y ¡pif! se soltaba el retén con un chasquido característico producto del gas.
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Un hábito, que parece universal en los usuarios, es que el padre o el abuelo –los encargados de rellenar sifones- solicitaban de inmediato el retiro de los chicos. La frase de rigor era "Salgan, salgan que estoy llenando los sifones".
La carga se efectuaba en el patio, o en el cuartito del fondo.
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Con la llegada de los años 80, aparece el sistema Drago, que simplificaba la tarea. El “tubo” se roscaba en el fondo del sifón, y una válvula impedía al sobrecarga… y se cree que el estallido.
Aún hoy, los sifones plásticos llevan una malla de ese material para evitar que al estallar eventualmente, los trozos de plástico no hieran al usuario.
En el Barrio Refineria había varias soderías, que ameritan un artículo adicional, porque eran industrias barriales por excelencia.
Siguen los peligros. Veamos otro.
Una actividad riesgosa era abrir el barril de chopp o “chopera”. Este barril contenía una cerveza más liviana y barata que la envasada – el chopp- bebida muy rica y apreciada.
Se usaba en caso de gran cantidad de comensales, Encargar la chopera era a veces motivo de corridas, peleas y discusiones, acerca de si era mejor o no para la cantidad de invitados confirmados.
Comen 15 personas: ¿porrones o chopera?
Esto se hacía más agudo sobre todo para las fiestas de Navidad y año Nuevo, cuando porrones y choperas escaseaban por la demanda.
El barril, de aluminio y de 10, 15 o 20 litros, alcanzaba para mucha gente e incluso sobraba. Era común el 26 de diciembre buscar a alguien que tuviera una refrigeradora grande, desesperadamente, para guardar el barril abierto y así usar el remanente (casi siempre inutil) para Año Nuevo.
La chopera era un sistema burdo pero eficaz. Un tubo salía del barril y se metía en otro con hielo –el serpentín- donde la cerveza se enfriaba, y de allí iba a una canillita de bronce. Nada más.
Sin embargo, abrir el barril era un drama. Una tarea de hombres probos, heroicos. La chopera tenía un tapón de corcho o goma, a presión por el gas interior de la cerveza. Mucha presión. El que abría el barril colocaba una espada larga o “espiche” en el tapón, hundiéndolo hasta el fondo, y aplicando la conexión necesaria con el serpentín. El espiche tenía una manguerita con rosca, que se conectaba al serpentín, por donde salía la cerveza.
Dicen ciertas leyendas del barrio que, si estaba débilmente sostenido el espiche, al ser expulsado del barril por la presión del gas, atravesaba por el mentón la cabeza de usuario. Esta mala maniobra -o mala leyenda- tal vez generó el vocablo “espichar”: morirse, fallecer atravesado. Encima, en Navidad...
Uno de los que perfeccionaron este sistema (antes en apariencia mortal) fue el ingeniero rosarino Nahuel Paduan, que innovó las técnicas, volviendo menos peligrosa la puesta en marcha de la chopera. Paduán trabajaba en la Fábrica Militar Fray Luis Beltrán y era profesor del Instituto Politécnico, lo que le daba una gran inventiva para los mecanismos, facilitando la apertura de los barriles con piezas especiales.
Más tarde aparece el bloncher, neologismo (que se debe pronunciar "blonyer") para designar una pieza metálica que, al girar y mover una palanca, evitaba al usuario “espichar” al abrir el barril. Digamos que se "espichaba a rosca"
Aún se usan las choperas y los sifones, casi siempre de plástico, aquéllas de aluminio estampado, decor
ando las mesas de las fiestas de fin de año, los cumpleaños, las graduaciones. Casi siempre las choperas suponen muchos invitados, y es comun tomar varios litros antes de adormecerse... sin emborracharse.
Sin embargo, es interesante ver que, durante toda una época, para ciertos placeres colectivos –tomar soda o cerveza en una fiesta, por ejemplo - cualquier riesgo era aceptable… incluso espichar.

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Para ver más de soda y sifones (nadie lo sabe todo): http://www.clubdelsifon.com.ar/museo.php

8 comentarios:

Anónimo dijo...

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Conosco a una empresa en Alemania que restaura los sifones de soda antiguos de Sparklets. Hoy son objetos de lujo!! Son muy lindos :)

tonifa dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
tonifa dijo...

En tu cronología no concuerdan cosas al menos en la ciudad de Buenos Aires, no sé de dónde sos. Esos primeros sifones recargables acá no se vieron, y los Drago datan de décadas antes que los '80, mínimo de los '60 o antes aún. Saludos.