LA HISTORIA NO ES EL PASADO, PORQUE TRANSCURRE HOY .
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miércoles, 2 de septiembre de 2009

EL DESDEN

Cuando leemos las crónicas de principios del siglo sobre el barrio, vemos que el cronista trata de establecer tipos o clases, personajes.
Esto sucede en todo Rosario, sobre todo cuando el cronista trata de mostrar una realidad de pobreza o marginación. Los tipos son caracterizaciones, en general, basados en la actividad: lo que define el tipo o personaje es el trabajo, en primer lugar, o el no trabajo, en el segundo.
Tienen un profundo origen español, cuando se trataba de describir a las personas como actores de un teatro social, cada uno con su papel, definido y a la vez, inexcusable e inmodificable.
En el periodismo de principios del siglo XX estas definiciones de las personas forman un capítulo especial de las revistas y publicaciones de consumo general.
Así, en el barrio Refinería aparecen la sillera, la vieja de los huesos negros, el estibador, el calador de cereal. Otros personajes son cruelmente retratados: La negra, la brasileña, la sordomuda, el botón, la encargada.
El fotógrafo no se queda atrás. Trata de mostrar un personaje con su atavío, sus ropas modestas, en una “pose” adecuada a su labor, en una labor casi antropològica.
¿Por qué esta postura del periodismo gràfico?
En primer lugar, debemos ver a quién estaba destinado ese periodismo. Las dos revistas gráficas por excelencia de la época fueron Caras y Caretas y su sucedáneo rosarino, el Monos y Monadas.
Ambas tienen específicos objetivos clasistas.

Las revistas –ambas- poseen abundancia de propagandas, sobre todo de bienes destinados a las clases medias, varios de ellos casi suntuarios, como artefactos de baño, ropas de cierta calidad, zapatos, menaje del hogar, y hasta casas y terrenos.
Las notas gráficas de cada una están dedicadas a gente de cultura general. La actividad en el extranjero, los asuntos de la política, ciertas páginas de humor, tienen como destinatario el público de la burguesía baja y media. La Crónica Roja evidencia los asesinatos, robos y latrocinios, protagonizados por gente, en general, humilde. Suicidios, estafas y adulterios de las personas "de pro" son escrupulosamente ocultados. Los problemas morales y los sociales son equivalentes.
En el caso particular de Monos y Monadas, su proyecto apunta a favorecer a la Liga del Sur, de Lisandro de la torre, especialmente votada por las clases medias altas sobre todo propietarias, diferenciándose del más popular Yrigoyen, el caudillo radical.
Inferido esto, debemos ver porqué dedicar esta atención a los barrios obreros como sitios pintorescos de los cuales hay que burlarse. La impronta de la clase media es la de imitar lo mejor para ella, y despreciar lo peor.
Su situación social (como clase) es inestable en su imaginario: puede ascender a clase alta mediante el manejo del dinero, pero también descender a las clases bajas mediante la pèrdida de aquél. Más alla de la realidad de esta idea de movilidad social, està la creencia en ella. Uno de los terrores aún hoy de las clases medias es terminar en la villa miseria, una de las quimeras más añoradas, es la de no trabajar, hacer fortuna mediante un golpe de suerte. La clase media cree efectivamente en su temido descenso, independientemente de la realidad de ese "bajón", y en la posiblidad de "subir".
Pero en los primeros años del siglo XX, la clase media es una estructura naciente, formada por escribientes, dependientes de negocios, funcionarios estatales, docentes y profesores, empleados municipales, burócratas, amanuenses, tenedores de libros y profesionales liberales como ingenieros, arquitectos, científicos, doctores y abogados.
La idea de estas revistas es remarcar la diferencia sobre todo con los proletarios en un contexto inmigratorio.
La clasificación repite la de estas actividades de clase media antes mencionadas, para poder contrastarlas con la realidad propia: hay médicos y manosantas; dependientes y obreros; mendigos y farmacéuticos; nacionales y extranjeros, pobres y ricos.
La forma de trabajo delimita al personaje porque las clases medias delimitan los suyos así, de allí la importancia del título para definir la persona: doctor Fulano, ingeniero Mengano. De esta comparación es el recuerdo de los ingegnere, albañiles italianos que usurpaban el título para poder construir casas.
La comparación ES odiosa, así como se compara el palacete de Oroño con el rancho, denominándolo tacho-palace, así se compara a la humilde sillera con la señora de calle Córdoba; al conventillo con el depósito de inflamables, a la pobre sorda, muda y bailarina con la gente normal. Personas del barrio son mostradas en actividades humildes y hasta íntimas: un hombre lava su cara en el piletón, una señora cocina en cuclillas, otra está barriendo. Los chicos van descalzos, las chicas ya crecidas afilan, y no flirtean como hacen las señoritas del centro. Una mujer posa con su escoba, y el periodista le hace decir "aquí estoy yo, la encargada".
Esta postura marca la diferencia, es necesario remarcarla para sentirse bien, y ese bienestar se disfraza de humor, de burla, de desdén. De allí a estigmatizar a los humildes hay un paso. Y siempre, el miserable lo es porque quiere, porque no desea trabajar, porque no merece algo mejor, porque es culpable.
Más allá de lo que hoy podamos sentir sobre esa forma de actuar, ese tratamiento a los más humildes era una de las manifestaciones más burdas del nacimiento de una clase social, la clase media.
Esta clase trataba de hegemonizar –como lo hizo- los valores que van a gobernar el país. Hoy gobierna.

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