LA HISTORIA NO ES EL PASADO, PORQUE TRANSCURRE HOY .
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jueves, 8 de octubre de 2009

LOS INDIANA JONES DEL BARRIO

La construcción siempre genera anécdotas.

Albañiles que se accidentan y se salvan milagrosamente, arquitectos inexpertos que son víctimas de bromas pesadas, chascarrillos que vinculan la conducta sexual de las esposas con las largas jornadas en la obra...

Algunas anécdotas son medio pavotas, otras tienen más enjundia.

Esta que vamos a narrar nos la contó Manuel, alias "Chon", que si bien vive en Barrio Sarmiento conoce bien al barrio Refinería, porque muchos de sus amigos vivieron allí.
Esto ocurrió en la construcción del actual Colegio Boneo.
La foto de arriba de 1920, muestra el primer colegio, y abajo, los constructores de ese colegio, los mismos alumnos (ya graduados) y las comisiones que se formaron para ese motivo.
Ya en los años 60, luego de años de recaudar fondos, la iglesia decide construir un colegio y una nueva parroquia, en los terrenos de Gorriti y Santa María de Oro, terrenos del Arzobispado donde funcionaba una canchita de fútbol. Durante la construcción, se debia intervenir en las construcciones existentes, que datan de los años 20.
Los encargados de la obra eran constructores pertenecientes a una familia italiana de albañiles, de apellido Bagnera; eran tres hermanos: Rubí o Tito; Luis o Picchino y Orlando, el mayor, que luego en los 70 se irá a Estados Unidos.
Los tres vivían en Barrio Sorrento, y sus albañiles eran los hermanos Brussa: Larry (nombre real) , El Tuerto Brussa y Chiche, todos ellos vivían en su casa calle Congreso.
Los Bagnera y los Brussa estaban vinculados con este tipo de construcción institucional, y a los Bagnera se les atribuye el fúnebre invento de la "Perpetua", o tumba colectiva en terreno individual, tan común en los cementerios durante la década del 60 al 80.
Todos, los Bagnera y los Brussa, no tuvieron suerte en su sacrificada vida de constructores, y murieron relativamente jóvenes, con varias tragedias familiares que ensombrecieron sus últimos años, que no llegaron en ningún caso a los 70. Cosas de la vida.
Pero en esos años 60, como contratistas, los Bagnera tomaron el encargo del Colegio Monseñor Boneo, y los Brussa los ayudaban. Eran jóvenes, amigos de esas jornadas de pesca y nado en el Croting, allá en Gurruchaga y el río, donde también iba Manuel, relator de esta anécdota.
Sigamos.
Ocurrió durante la apertura de cimentos, suponemos. En plena construcción, los albañiles encontraron, en un sótano oculto, un baúl con botellas de vino de misa. Toda una sorpresa.
Despuès de discutir sobre el destino del hallazgo, se confabularon para beberse el vino al mediodía, durante toda una semana.
En cada asado, se "perdía" una botella y los vidrios desmenuzados de ésta iban a parar a un túnel, que era donde se enviaban los escombros de la demolición.
Se supone -cuenta el relator- que los trozos de las botellas aún están allí.
Esta aventura al parecer nunca fue descubierta por el cura, que aparentemente estaba demasiado contento con el avance de la obra como para ver el retroceso de sus vituallas sagradas.
De todas maneras, lo interesante -además de rescatar a los casi siempre oscuros protagonistas de la arquitectura y la construcción- es ver la forma en como se ha construido la anécdota: se evidencia el carácter esotérico de la religión, con sus cosas ocultas a los profanos, y este carácter se refurza con el túnel, inverosímil destino final del latrocinio, pero que encierra la esperanza de recuperar esos vestigios algún día lejano.
Estas dos características, lo oculto y sagrado, que tarde o temprano se descubren, son casi universales. Van de las espantosas reliquias católicas medievales a los megalomaníacos ejércitos de cerámica de Shi Huan Ti en la lejana China.
No es tonto Steven Spielberg cuando hace que su caricaturesco Indiana Jones recupere viejos trastos de oscuras cavernas sagradas. Su astucia de cineasta sabe que lo religioso genera oscuridades, tesoros inaccesibles, pero que están allí, al alcance del audaz, en la imaginación simplista del que busca relatos sabrosos.
Para el frondoso imaginario de la gente del barrio, esto es un tema de conversación: entonces, Spilberg les vende la película.
Pero llegó tarde, tal vez porque no sabía que treinta años antes, un grupo de albañiles medio italianos, medio argentinos y en Refinería, descubrieron un tesoro que se bebieron completo.
Pero pensándolo bien...
Tal vez por eso la poca suerte de estos oscuros y domésticos personajes, que se debió a ilegibles maldiciones medievales. Todo es posible en un barrio.

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