Tal vez las historias se repiten porque enseñan algo.
Una de las anécdotas "mitológicas" más comunes es la venta de buzones y tranvías. El famoso Cuento del Tío consiste en hacer creer que hay una oportunidad inmejorable de ganar dinero. Originalmente, una persona se acerca a otra diciéndole que un tío le ha dejado dinero, pero no puede cambiarlo, puesto que son dólares. Propone al incauto, ya que está en una emergencia, dejarle los dólares a cambio de algunos pesos, añadiendo un “qué vamos a hacerle”. Luego se hace el cambio, y los dólares resultan vulgares papeles de diario empaquetados.
Este paquete se llamó, en la jerga delincuencial, El Toco Mocho.
Este es el origen lingüístico de varios timos, todos llamados por extensión Cuento del Tío.
Pero nos ocuparemos aquí de la Venta del Tranvía.
Salvador Terrazino, en su pìntoresco libro ¿Remember, Refinería? Menciona uno de estos timos, haciendo protagonistas a un tal Angelito T. y a un tal don Roberto. Pudorosamente, Terrazzino oculta las identidades reales.
En varios lugares de la ciudad nos han narrado este cuento, con diversos personajes, lugares y situaciones.
Contaremos la "anécdota" en términos más desapasionados que don Terra.
La idea era que don Roberto, un comerciante del barrio, compre un tranvía, asegurándole ganancias por el pasaje, descontados los gastos.
Para la época que suponemos es la de la anécdota, la empresa tranviaria era de La Mixta, combinación inestable entre capital privado y comunal para la explotación del servicio. La Mixta tuvo muchos problemas, hasta su total absorción por parte de la Municipalidad en 1943.
Esta condición mixta e inestable -suponemos- abonaba aún más las esperanzas de los dos personajes. Angelito debía hacer entender a don Roberto que había tantos usuarios que dejaban una fortuna en boletos, y él, don Roberto, podía participar de La Mixta, usufructuando las ganancias.
Para ello, Angelito, conocido timador, “empaqueta” a Roberto con su discurso seductor, con palabras que incitan a la ambición.
Primero, le dice de las ventajas de tener un tranvía, justo ahora que la Empresa está tercerizando su explotación. Arguye que hay controles que sólo lo pueden hacer los dueños privados. Luego le dice - azuzando su angurria y tal vez su envidia - que ya varios han comprado, y que están gozando de las ganancias. No es cuestión de “perderse el tranvía”, de llegar tarde,y esto debió picanear el oportunismo de don Roberto.Luego, con su víctima, Angelito va a Avellaneda y Gorriti, donde los tranvías iban hacia su destino, Alberdi o el centro; allí ubicados le presenta varios coches, de variopinta apariencia. Cuando aparece alguno más o menos nuevo, y el incauto de don Roberto se entusiasma, Angelito le comunica triste que ya posee comprador. Luego, aparece EL tranvía. Nuevo, reluciente. Don Roberto se entusiasma y elige ese, justo ese…Víctima y victimario suben al vehículo, el timador paga los boletos, guardando las formas y evitando problemas; el nuevo propietario puede ver la cantidad de pasajeros, y allí se cierra la trampa.
El resto puede imaginarse. Llenado de formularios, papeles falsos, recibos más falsos aún y entrega del dinero, que suele ser mucho. Don Terrazino habla de unos $3000.
Al mes, Roberto pasa por las oficinas de la Empresa, en Ovidio Lagos y Pellegrini, donde entre burlas y enojos, se da cuenta de la estafa.Hasta aquí, Terrazzino.
La historia se repite con algunas variantes en otros narradores. En algunos, la víctima cae en la casa del timador y lo muele a palos. En otros, la víctima hace la denuncia y las bromas parten de la misma comisaría. Lo interesante no es la anécdota en sí, sino su repetición.
Dudamos que fuese un timo frecuente. Era muy evidente para ser tan repetido, si bien el Cuento del Tío, con su Toco Mocho afectó y afecta seguramente a gran cantidad de víctimas, tal vez por su naturaleza simple y eficaz en presencia de los ambiciosos.Lo del tranvía es más complejo, por lo evidente del timo, requiere audacia y cierta presencia de ánimo, un sistema paralelo de imprenta, sellados, horarios, un estudio de la situación…Aunque la anécdota es divertida (hasta cierto punto, claro), situarnos sólo en la veracidad del caso nos parece poco enriquecedor.
Nos parece que estas anécdotas esconden al menos dos mensajes ocultos, que le ponen otra lógica al barrio (y a la ciudad).
.El primer mensaje es sobre la relación entre lo público y lo privado.
.Hay cosas que no se pueden vender. La lógica del timador es precisa ¿porqué no tercerizar realmente los tranvías? No, el tranvía es algo que NO se puede vender. Está prohibido. Por ley (supongamos) y por ser notoria su presencia, su realidad de cosa pública, de todos. Otra anécdota popular, la Venta del Buzón, es una forma similar que da sustento adicional a esta hipótesis.
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El segundo mensaje oculto, es el castigo al angurriento que es, sobre todo, un castigo social.
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En realidad, el timador se aprovecha del material existente, la ambición; ésta es castigada con la burla o el desprecio, en la persona del timado.La anécdota entonces tiene una doble eficacia en su mensaje: hay cosas que no se pueden comprar, y si se compran, el castigo social será tremendo, la burla, la risa, la eterna desconfianza en el raciocinio del timado: es un bobo.Del mismo modo que los chismes, que regulan el comportamiento social (mediante el que dirán), este tipo de anécdotas regulan comportamientos económicos, entre ellos, la avaricia.
En última instancia, no se condena al timador, porque se lo ve una herramienta, y no como a un delincuente.
El mismo Terrazzino carga las tintas en el carácter hasta simpático de Angelito T., cuando en realidad es una lacra social. Hoy la cosa no ha cambiado de anécdota, sino más bien de interpretaciòn. Hoy la Venta del Tranvía ilustra sobre la poca precaución en los negocios, no contra la delincuencia que se aprovecha de ciertas debilidades.
La Venta del Tranvía hoy es sinónimo de simpleza. La frase ¿Te vendieron un tranvía? revela las poca luces en los negocios de una persona, su idiotez comercial, y no la delincuencia.
En otras palabras: es preferible ser ambicioso a ser estúpido.
Agradecemos a don Salvador Terrazino, pero ya es tarde. La angurria triunfó.
Quizás porque ya no hay tranvías para vender.
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Aquí debajo ponemos un soneto de Carlos de la Púa, cantado por Edmundo Rivero. Si bien no se refiere a la venta de tranvías, involucra a un carterista, un ingenuo, un guarda y un colectivo.
Aquí, el zonzo es el delincuente… por apurarse en la ganancia fácil de un incauto, ante la inútil vigilancia oficial.
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Línea 9
(Carlos de la Púa)
Canta: Edmundo Rivero
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Era un boncha boleao, un chacarero,
que se tomó aquel 9 en el Retiro.
¡Nunca vieron esparo ni lancero,
un gil al acuarela más a tiro!
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Era polenta el bobo y la marroca,
y la empiedrada fule, berretin.
De grilo la casimba daba boca,
y la orejeaba un poco el chiquilin.
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El ropaé que acusa este laburo,
trabajó despacito, de culata.
Pero el lancero laburó de apuro,
Y de gil casi más mete la pata.
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Era un Bondi de línea requemada,
con guardia batidor, cara de rope,
si no salto cabrón por la mancada,
fue de chele nomás, de puro miope.
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