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domingo, 5 de abril de 2009

DON ERNESTO


Ernesto Carlos Tornquist es el modelo de empresario argentino de fines del siglo XIX. Su inserción en el panorama económico combina la política con los negocios. Visto desde el punto de vista de su clase (la oligarquía terrateniente y agraria) don Ernesto ve natural que no haya separación entre el dinero y el poder, para él casi que eran lo mismo.
Don Ernesto pertenece a los capitalistas iniciales del libre comercio que se entronca con al Segunda Revolución Industrial. Para este capitalismo que algunos llaman “dependiente”, existen varios “nichos” económicos que pueden ser aprovechados, y que sin ser enteramente relacionados a lo agroexportador, posibilitan buenos negocios, sin dejar de pertenecer completamente al modelo económico oligárquico.
Ernesto Tornquist hace de la diversificación industrial un arte.
Desde sus tiempos iniciales como administrador de la compañía de su cuñado, Ernesto se queda con la empresa, y comienza un periplo de fundaciones, edificaciones y negocios de toda índole. Propietario de la Refinería Argentina, que le dio nombre al barrio de Rosario, Ernesto es también dueño de una estancia (llamada la Ventana) y del banco que lleva su nombre, también de la fundición Zamboni, de los astilleros Berisso, la cervecería Bieckert, las fábricas de oleo margarina de Seeber, de la fábrica de balanzas de Bianchetti, de la fábrica de cerámicas Ferrum y de TA.MET (Talleres metalúrgicos San Martín), de la planta Cuatreros en bahía Blanca, y de empresas como Sansinema, con su frigorífico La Negra.

Mandó edificar el Hotel Plaza en Buenos Aires, y el Bristol Hotel en Mar del Plata. Sus productos iban desde le azúcar mediante su ingenio hasta grasa de ballena de las Islas Georgias por medio de la Compañía Argentina de Pesca, llegó a extraer petróleo en Mendoza, y fue muy favorecido con al distribución de tierras luego de la campaña del desierto. Su amplitud empresarial lo condujo a la construcción de un ferrocarril a Santa Fe, y a la explotación del quebracho, que en parte extraía mediante el puerto de su Refinería Argentina.
La ambiciosa expansión de Ernesto Tornquist se debía a la constante apertura de nichos económicos, cada uno de los cuales provenía de los conocimientos que del país se iba teniendo con su colonización y apropiación territorial. El “desierto” era también un desierto económico. Nadie explotaba los recursos del país, y Tornquist pudo extender sus intereses casi por a Argentina. Cierto es que contaba con el fuerte apoyo de Carlos Pellegrini, Julio Argentino Roca y Figueroa Alcorta. Sin embrago tenía fuertes opositores como el rosarino Estanislao Zeballos, que fomentaba una pugna armamentista con el Brasil. Ernesto se oponía a esa carrera, proponiendo un desarme paulatino de ambos países (lo que tal vez le aseguraba también nuevos mercados), a pesar de ser, contradictoriamente, representante de la Krupp, fabrica alemana de material bélico.
Tornquist aprovechaba su influencia para modificar la economía nacional. Luego de la fiebre especulativa de los 90 con final en la famosa Revolución del Parque, Ernesto propone una convertibilidad en base al patrón oro, que procure la estabilidad monetaria afectada por la inflación y la desvalorización del peso argentino. Ernesto Carlos aprovechaba bien sus contactos.
Además, tenía una visión intensiva del capital.
El modelo agropecuario del momento era extensivo, o sea a más cantidad mayor ganancia. Pero este incremento estaba supeditado a las condiciones naturales del suelo y la explotación.
Ernesto propone una ganancia constante en cada rubro, en cada pieza, en cada bien u objeto producido. Esto hace se enfatice en los modos de producción racionales y sobre todo en la modernización, basándose en la maquinaria más avanzada y los métodos más comprobados, sobre todo aquéllos estudiados en Europa. Cada bien debía producir una ganancia.
Con su muerte en 1908, se acabaron sus formas de hacer política y economía. La expansión tenía sus límites, que eran los del país.
En lo relativo a la Refinería, sus sucesores no supieron hallar la forma de combinar la audacia financiera, industrial y política, estaban en retirada los grandes políticos de la oligarquía y se avecinaba la Primera Guerra Mundial. Luego de la misma la baja en los precios del azúcar, la dificultad de “”encajar” la producción frente a otros productores mas ventajosos y una mala comprensión de los métodos de fabricación llevaron a la refinería a su cierre. Otras empresas como FERRUM o TA.MET aún existen, puesto que pudieron superar el modelo agroexportador al ser relativamente independientes de éste y suministrar insumos de consumo interno. Esa sería la clave de la industria del siglo XX: sustituir las importaciones.
Pero don Ernesto no vería este nuevo formato económico.

Ernesto Carlos Tornquist Algelt, nacido en Buenos Aires en 1842, y muerto en 1908, había sido el modelo inicial del empresario moderno, antecesor de otros que surgirían en el siglo XX, como los Di Tella, Acevedo, Gelbard, Miranda o Fortabat, y aunque todos ellos serian menos amplios en sus emprendimientos, prefiriendo una rama de la producción, nunca dejarían de influir en la política, por supuesto.
Con el fin del siglo XX y el advenimiento de la multinacionales, los campos industriales se extenderían a campos y naciones que Ernesto nunca hubiese soñado.
Hoy la diversidad de la explotación se extiende sobre todo, no sólo los bienes producidos. Se abalanza sobre el agua, la tierra, el aire, los hombres. Todo es fuente de ganancia, todo puede ser explotado, comprado, vendido, expropiado, arrebatado y saqueado. No hay nada que no pueda ser ganancia, y no hay ganancia que no vuelva ser invertida.
Tal vez las fábricas automáticas, los dineros anónimos, los empresarios inexistentes y las empresas fantasmas asumirían para Ernesto, viejo conocedor de la economía y la política de clase, el carácter de una verdadera pesadilla.
O tal vez lo más parecido a la gloria.
Hoy no podemos saberlo.

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