LA HISTORIA NO ES EL PASADO, PORQUE TRANSCURRE HOY .
El Museo Itinerante del Barrio de la Refinería, las Jornadas de Cronistas e Historiadores Barriales y el Museo Virtual están declarados de Interés Cultural por la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Rosario y el Honorable Concejo Municipal.
Personería Jurídica Otorgada por Resolución Nº325 del año 2010.
SE MUESTRAN 5 ARTICULOS POR PAGINA, Y SE PUBLICA UNO NUEVO CADA MES. Para comunicarse:
BANCO DE IMAGENES: angita1845@yahoo.com.ar

lunes, 13 de julio de 2009

EL VIEJO "LA HORA"

En el barrio, en un pasillo de Corvalán y Rawson, vivía en los años 60 un hombre que trabajaba de “cartuchero”, lo que en otros barrios y en Buenos Aires se denominaba “barquillero”.
Su vivienda era en un pasillo muy humilde, y suponemos que era español. Usaba un pantalón tipo gauchesco, unas bombachas, y alpargatas, un muy particular atuendo.
El cartuchero vendía unas golosinas similares a los cucuruchos de helado (vacíos) que estaban cerrados como un barquito, o a veces como un tubo, de unos 35 cms. de largo y 3 de diámetro, como los actuales cubanitos. De ese formato alargado proviene lo de "cartucho". En otros barrios el barquillo era plano, como una galleta cuadriculada, pero siempre con el mismo sabor, variando el formato.
Se los hacía con una pasta de harina sin levadura, que se transformaba en una lámina delgada y crujiente que se aromatizaba con canela y otras especias, y se la ponía en moldes calientes en forma de barco, de ahí su nombre primitivo.
Este señor usaba como depósito un tubo de chapa galvanizada pintada de rojo, y encima una especie de ruleta con una barandilla de palitos de bronce era la tapa de la barquillera. Hacía saber de su presencia con una tabla con asa, a la que le habìa añadido una especie de manija de hierro que pivotaba hacia un lado ya hacia el otro, haciendo un sonodo característico: taca taca -tacatacatac- taca taca. Este modo personalizado de llamada era un imán para los niños. Los chicos iban corriendo a comprar el barquillo, y la presencia del cartuchero en la siesta del barrio era habitual. En presencia de los clientes, hacía girar una especie de aleta de cuero, que iba golpeando sobre la barandilla, hasta que se detenía en un número, que era la cantidad de barquillos que le tocaba al comprador por su dinero.
El círculo tenía divisiones que correspondían a cantidades: 1, 2, 3... “ninguno” o “todos”. Casi siempre caía en 1 o 2. Nunca en “todos”, pero cuando caían en “ninguno”, el vendedor solía aparentar generosidad, y “regalaba” un barquillo al “perdedor”, que después pagaba.
Este tipo de venta ambulante es típicamente español. La figura de arriba representa uno de ese país, desde donde seguramente provino el oficio, aunque italianos y turcos lo ejercieron.
A pesar del origen español, otros manjares similares son de origen italiano, como las “pizzelle” (argentinizado piselas), que se hacían en una especie de prensa caliente, y que los norteamericanos llaman “waffles”. El sabor era similar, aunque no el mismo al de los barquillos. Esa prensa se solía hacer, de forma algo clandestina, en los talleres ferroviarios...
Pero volvamos al personaje.
Un día al cartuchero de Refinería le roban el reloj de cadena. Suponemos que fue un objeto importante para el señor. Seguramente propaló su desgracia, e incluso habrá hecho algunas averiguaciones sobre los responsables. El tiempo y los pormenores se han perdido ya, quizás para siempre.
Entonces los muchachones del barrio, para burlarse, le gritaban para burlarse:

- ¡Viejo! ¡La Hora!....

Y con esto le recordaban el robo, la pérdida del reloj. El hombre los insultaba con rabia, y escupía a la distancia, lo que alentaba seguramente nuevas bromas de la "muchachada".
Luego ya le quedó el apelativo: El Viejo La Hora.
Muchos chicos, a pesar de su simpático oficio le tenían miedo. Se decía que, debajo de su cama guardaba un ataúd, que usaría una vez muerto. Esta rara y escalofriante previsión pobló las noches de algunos vecinos, antes niños y que todavía recuerdan a este extraño personaje. Suponemos que al tratarse de un hombre soltero pensaría que, en caso de morirse, el trámite de la sepultura de sus restos sería así más rápido y sobrio.
Nunca se comprobó el tema del cajón, que por otro lado es también común en otros barrios.
Cosas de otra época.

No hay comentarios: