Todos sabemos qué es un travesti.
Una persona –mayoritariamente un hombre- que se viste con ropas del otro sexo.
También sabemos qué es una broma de este tipo en agasajos, cumpleaños, carnavales, despedidas de soltero y brindis. Nunca fue extraño (ni lo es) que algún hombre tome ciertas partes de vestuario femenino y las use, exagerando tics de la femineidad, como la voz aflautada y cierto contoneo. Las prendas son vistosas o escandalosas, de colores chillones. Se añaden sostenes, senos de plástico, pelucas y todas esas cosas que el hombre cree que definen a una mujer, sobre todo para otro hombre. El machismo dicta también escobas y baldes, incluso chancletas y medias caídas de matrona en decadencia.
La idea es que todos los participantes sepan que es un hombre que ha mudado de sexualidad, a la vez que alude, inevitablemente a lo sexual.
No se trata de sexualidad femenina, sino ciertas partes de ella, sobre todo la física.
En esta foto, vemos que en una fiesta en la cantina se ha realizado una de estas bromas. Con un desparpajo propio de estas fiestas, uno de los participantes –verosímilmente el agasajado- se ha colocado este tipo de atuendo “de fantasía”: peluca de canekalon y un corpiño relleno de algodón. Le han pintado los labios, claro.
Un amigo o compañero asume un rol activo en la demanda sexual y acosa físicamente a la “señorita” oprimiéndole los falsos senos, y la "señorita" agradece con una caricia el gesto, que sería algo violento en la vida real.
Más allá de estas cuestiones simplemente machistas, veamos otros ejemplos.
Un amigo o compañero asume un rol activo en la demanda sexual y acosa físicamente a la “señorita” oprimiéndole los falsos senos, y la "señorita" agradece con una caricia el gesto, que sería algo violento en la vida real.
Más allá de estas cuestiones simplemente machistas, veamos otros ejemplos.
Una imagen de 1917 muestra a los conocidos Viruta y Chicharrón en una aventura de travestismo.
Estos dos personajes suelen realizar cosas por el mero hecho de hacerlas, a veces se comportan de manera absurda, pero hay que rastrear, más que la conducta de unos dibujos, las intenciones e ideología del dibujante.
Chicharrón, divertido, se disfraza de mujer, poniéndose un batón, y usando una escoba. El problema es que debe poseer un número de permiso. Por supuesto, lo pierde, y el pobre va preso. Su amigo le advierte repetidamente del riesgo que corre, pero Chicharrón, descuidado, extravía el número, lo que implica la detención inmediata.
En un caso más, una propaganda de cigarrillos 43, en un “cantar” puede leerse esta copla andaluza, ya muy difícil de recordar:
Ayer la encontré en la calle
Ayer la encontré en la calle
Y por mi lado pasó
Ni yo la reconocí a ella
Ni ella a mí me conoció
Ni ella a mí me conoció
La copla original sigue, cuando el autor ve a su dama rodeada de arlequines:
Yo lloré, acaso, en mi careta de harina:
Que en amor siempre he sido un poco Pierrot.
Nada de eso se ve en la propaganda de 43, ni harina, ni pierrots, ni arlequines ni colombinas.
Evidentemente, ni el hombre, malamente disfrazado de mujer, ni la chica, en un atuendo viril que no disimula sus anchas caderas, quieren verse o saludarse.
Pero se han visto.
Pero se han visto.
Un último ejemplo: era muy común que se figurara en las caricaturas, a los políticos travestidos. En ésta, se observa al gabinete de Yrigoyen ataviados como damas del Ejército de Salvación –una comparación ocurrente- que cantan al compás del “hombre”, en este caso, el presidente.
Algo ata todos estos ejemplos.
En todos, el travestismo debe ser o efímero, o bien autorizado.
No se admite el travestismo como costumbre, o sea la permanencia del travesti a lo largo del tiempo. Esto es porque significaría que le gusta serlo, por lo tanto no es una broma, sino una elección sexual. nEl travestismo de Chicharrón o de la fiesta de la foto saben que esto es un momento, un instante de feliz desarticulación de los códigos habituales (los nenes se visten obligatoriamente como nenes).
Es en estas imágenes donde se traslucen como en un papel aceitado, las discriminaciones y la represión que significaría para un hombre ir vestido de mujer por la calle (en el caso de las mujeres la cosa se aliviaría algo).
De sólo suponer una costumbre, implicaría directamente la cárcel.
Por ello, Chicharrón, los personajes de los cigarrillos 43 y el dibujante de Caras y Caretas, apelan a lo momentáneo, como los de la cantina.
Chicharrón va en cana por perder esa momentaneidad que es el permiso. Sin él, lo suyo es costumbre, es inmoralidad.
En el Caras y Caretas, no es lo mismo una caricatura, autorizada como opinión semanal, que decir “al ministro le gusta vestirse de mujer”.
Del mismo modo, al homenajeado en la cantina jamás se le ocurriría ir de esta forma, por ejemplo, a un velatorio, sería irrespetuoso, claro
Es por ello que los de la cantina se dan el lujo de hacer lo prohibido: manosear a una “mujer”, o Chicharrón divertirse, en un alarde de lo que desean, pero no pueden. Porque la cultura es a veces también represión.
Lo que se reprime no es el atuendo, que en el fondo es sólo un signo. Es la costumbre que está detrás de una peluca y unos tacos exagerados, lo que según la autoridad (o sea, los que autorizan) debe ser erradicado a bastonazos y en una celda.
Muchos lo comprobaron, a su costa y sangre. A veces, incluso vistiéndose de hombre.
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