LA HISTORIA NO ES EL PASADO, PORQUE TRANSCURRE HOY .
El Museo Itinerante del Barrio de la Refinería, las Jornadas de Cronistas e Historiadores Barriales y el Museo Virtual están declarados de Interés Cultural por la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Rosario y el Honorable Concejo Municipal.
Personería Jurídica Otorgada por Resolución Nº325 del año 2010.
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miércoles, 24 de noviembre de 2010

30 METROS DE ALTURA

La Refinería Argentina fue un emprendimiento que para el siglo XIX –o lo que quedaba del siglo- era un alarde de ciencia aplicada. Según Bialet Masse, en el establecimiento::
“hay todas las máquinas y artefactos de los sistemas más modernos y continuamente modifica e importa los últimos adelantos de la ciencia y del arte" (...) "A él concurren los ferrocarriles de trocha ancha y angosta y tiene un embarcadero propio...”
Sus avances en materia tecnológica eran un orgullo de la industria nacional: llegó a ser la fábrica más importante del país (bueno, eran pocas en realidad) y ocupaba un nicho importante: el de elaborar productos agropecuarios para agregarles valor.
Este Valor Agregado a una mercancía implica una cuestión importante ¿cuánto valor agregar?
No es lo mismo el mineral de hierro, al cual hay que aplicarle mucho valor agregado para que sea útil, que al trigo. Asimismo, cuanto más valor se agregue a la materia prima, más inversiones, en general, harán falta; así, para transformar el hierro en, digamos, un martillo, hará falta una fragua, pero también una carpintería para el mango, varios operarios, leña, etcétera. Para el trigo, tal vez la operación sea más simple, y prueba de ello está en que los molinos son muy antiguos y casi siempre burdos.
Además, cuantas más operaciones necesite para trasformar la materia prima, más valor agregado tendrá, y si trasformar trigo en harina es bastante simple, transformar el trigo en pan complica la cosa.
El negocio estaba en conocer, sabiamente, cuál era el monto de valor que podía ser agregado a una materia prima como la caña, considerando que ésta variaba mucho en valor propio, ya que era un producto estacional. Además, debe considerarse la variable del producto terminado. Debe ser vendido con cierta facilidad, y la ganancia permitir la recuperación de lo invertido, la reinversión en nueva materia prima, bienes de capital (máquinas, por ejemplo) y además que el ciclo tienda ser “indefinidamente perpetuable”.
Ernesto Tornquist comprendía perfectamente esto. Recurrió entonces a varios subterfugios, métodos y sistemas.

Primero, debía asegurarse que la inversión inicial fuese baja y rápidamente recuperada. Para ello, el estado garantizó ciertas leyes muy particulares, que lo exoneraran de impuestos.
Segundo eligió el azúcar como producción, un producto tanto de consumo interno y como de exportación. Se garantizaba así un consumo seguro de lo producido.
Tercero, debía asegurarse un volumen constante de materias primas, para ello, fundó su propio ingenio, y mediante los contactos adecuados, conseguía que los otros ingenios le vendieran la caña a precios razonables.
Cuarto, cuando el flujo de materia prima disminuía, trataba no de buscar caña, sino cañeros, así que refinaba azúcar extranjero.
Y quinto, debía abaratar la producción en sí. Para ello, aumentó los bienes de capital (máquinas, edificios) . A la vez, cualificó la mano de obra, graduándola por precios, según su función, regulando la injerencia de los costos en cada parte del proceso productivo.
Este método le dio resultado por algún tiempo.
El problema no estaba en la fábrica en sí, sino en el producto. Fallando al mismo tiempo la provisión y el consumo, la producción de azúcar fracasaba. Eso sucedió en los años 20 y una vez muerto Tornquist. Con precios del azúcar muy bajos y una deficiente provisión de caña, se creyó que aumentando la tecnología, las cosas mejorarían, pero no fue así.
Un síntoma de este proceso de 41 años de avances técnicos y financieros (1889-1930) fueron las chimeneas que tenía la fábrica de azúcar.
De una simple chimenea de 1889 a a 1896, y unos pocos galpones, pasó a dos chimeneas en 1900, 3 en 1903, y hacia 1910 ya tenía 4 altas chimeneas, de cerca de 30 metros de alto.
Estas construcciones, necesarias para las calderas donde se hervía la caña triturada, eran muy visibles y desde mucha distancia. No fue extraño que se las viera como indicador de progreso.
Las chimeneas se ven con sus extremos ennegrecidos, lo que prueba que no eran “de adorno” como las que se construían, famosamente, en La Forestal, usadas como mojones y muchas de ellas sin vinculación alguna con la infraestructura de la explotación.
Aparentemente, las de la Refinería eran para las calderas al vacío, donde mediante la succión de la aire, se debe bajar la temperatura de ebullición, y evitar el cristalizado prematuro del jarabe.
Una chimenea alta permitía la rápida evacuación de los humos por el “efecto chimenea”: basta una leve ráfaga de viento, para que el humo sea “chupado” de la columna de aire del interior del tubo. Cuanto más alta la chimenea, más rápida la salida de humos y menos problemas de ahumado de  los productos, de allí la tremeda altura, habitual en fábricas de productos algo "delicados", como el azúcar, la cerveza o el pan.
Pero no bastaba con aumentar los caños al viento.
Con la lenta –pero segura- caída de los precios internacionales, quedaba el recurso de bajar el precio de la caña; pero éste era muy variable. A veces era un recurso superabundante; otras, la carencia obligaba a que el ejército mismo reclutara zafreros, a la fuerza. Agregarle valor a la caña ya era carísimo, y el azúcar estaba en baja. 
Con 4 chimeneas, y el azúcar sin vender, la fábrica duró hasta los años 30.
Una postal fechada en 1932 muestra que una de las chimeneas ya había sido demolida, ignoramos porqué, pero se dice que en esa época se elaboraba tanino en la planta semi abandonada. 
La planta en los 40 ya era propiedad de la familia Bemberg. Otra foto de esos años ya la exhibe sin sus tradicionales atributos. La Maltería Safac (de 1947) ya no necesitaba chimeneas, y había comenzado la era del consumo interno. La Maltería proporcionaría una materia prima para la cerveza, de su misma propiedad, la Quilmes. Otras estrategias industriales de concentración y monopolio. Fueron demolidas en una fecha incierta, entre 1935 y 1940.
Para esa época, refienría era un barrio industrial importante. Si bien la vieja fábrica de azúcar ya era un recuerdo, de acuerdo a una vieja guía telefónica de esos años, existían fábricas de vidrio, bolsas, hilos, lonas, alpargatas, botones, zapatos, colchones, cuhillos, alimentos, muebles, envases, ropa, y hasta perfumes. Estas industrias, junto con el puerto y los ferrocarriles, seguramente empleaban a miles de personas, las que a su vez sustentaban con sus salarios a sus familias.
Firmas importantes como la Quilmes, Pappini, Algodonera, Schlau, Germania, Safac y Centenera alternaban con pequeños talleres pequeños o semi artesanales, suminsitrando toda clase de mercaderías de factura nacional. Muchos negocios suministraban servicios y otras mercaderías a la gente trabajadora: almacenes, peluquerías, bares, caernicerías... Esta conformación socioeconómica forjó una mentalidad "laburante" en los vecinos, relacionada con el trabajo muscular y esforzado, vinculada a lo fabril. 
Las fábricas aportaban constantes transformaciones edilicias a la forma del barrio. Los galpones sumaban cientos de miles de metros cuadrados. La electricdad se volvió una forma de energía común, que reemplazó al engorroso vapor. En Safac, Diego Nesci -un constructor de barrio- edificó dos tanques de agua de hormigón, más necesarios para la producción de la malta que las viejas chimeneas de ladrillo. 
No se edificaron más chimeneas.
Frágiles, las chimeneas demasiado altas se vuelven riesgosas. Las juntas de los ladrillos, alteradas por la temperatura, se vuelven porosas, y se van disolviendo por la lluvia. Es muy dificultoso mantenerlas, y los vientos pueden derribarlas.
No fue necesario: hoy sólo queda en todo el Barrio Refinería una chimenea maltrecha y a punto de caer, de la vieja (y desocupada) Algodonera Argentina, de los años 30.
En los alrededores del barrio, las chimeneas petisas e inútiles de la Schlau y la Quilmes, quedan casi como un folklore de los galpones usados para otra cosa.
Las calderas, ciento veinte años después, hace rato que se detuvieron.

jueves, 11 de noviembre de 2010

RECORDANDO LA REVISTA ALUMNI, POR EDGARDO "TITIN" PLATANIA

Uno de los lugares donde el ingenio popular es más frecuente es la cancha de fútbol.
Para la cancha se inventaron miles de bromas, chistes, artefactos, refranes y cantos para el consumo del sufrido hincha.
Los pregones eran gritados a voz en cuello, por vendedores que comerciaban casi de todo: bebidas, café, golosinas, juguetes...
Entre los pregones más recordados están:

"Praliné recién laborado. Para llevar al estadio."
"A la frula, muchachos, a la frula"
"Cinco numeritos 100, la radio, la pelota o los 10.000"
"A la visera, a la visera. La visera para el sol"

Uno de los pregones correspondía a un juguetito pornográfico. Dos muñequitos con camisetas de fútbol mantenían relaciones sexuales, siendo el "activo" el hincha de club cuyo estadio se jugaba el partido y el "pasivo" su rival. El pregón era extraño: "50 la tajada e´ sándia" y el vendedor hacía un movimento con las manos, "activando" el juguetito.
Vamos a hablar de una revista que se repartía en la cancha, y que era algo más que una simple revista dominical.
Transmitía "en directo" los resultados de los partidos de AFA, sin decir una sola palabra...
En el estadio había un tablero con claves alfanuméricas. Era de chapa, y de él colgaban números y cifras.
Un problema del hincha es saber cómo les fue a los otros equipos, sobre todo cuando la suerte del cuadro propio depende de ajenos resultados.  Para eso estaba el tablero.
A Roberto Traversa, fundador de la revista porteña Alumni, se le ocurrió colocar un soporte gigante de chapa negra, de donde colgaban carteles bien visibles, con letras y números. Corría el año 1932, y el fútbol ya era profesional, aunque la revista llevaba el nombre de un viejo club amateur.
Alumni era una revista modesta, de pocas páginas y tapa a dos colores. En ella se comentaban los partidos, la perfomance de los equipos y el comportamiento de jugadores de las distintas divisiones de la AFA.
Para ganar más dinero, o asegurarse la venta de la revistita, se colocó el tablero que "cantaba" los goles.
En la cancha de Rosario Central ese tablero negro estaba en el ángulo noroeste.La idea era simple: darle a cada equipo de la AFA una letra. Por ejemplo, si Boca Juniors era la E y River la J, el cartel decía E: 1 – J: 0. Boca le ganaba 1 a 0 a River. En el tablero de arriba, la única foto que hallamos de un "sistema Alumni", vemos que hay chapas que no se han puesto, porque  los operadores están recibiendo novedades.
La clave no se sabía en la cancha, y cambiaba cada domingo, para saberla había que comprar la revista.
El pregón era un clásico: “La clave Alumni, la clave”. En Buenos Aires, el pregón era "¡Alumni con la clave, Alumni con la clave!".
Claro, al comprar la revista ya se sabían los resultados, y para que no se “desparramara” la novedad, se retiraban rápidamente los números, volviéndoselos a colocar ante cada gol efectuado.
Aquí al lado vemos la clave: Rosario Central es la Y  para ese domingo, y Newell´s la U.
En sus mejores días, el cartel se había complejizado considerablemente, con colores y chapas alternativas que se superponían unas a otras, indicando autor del gol, expulsados, goles errados y penales, cada una con su código, cantidad y color. Dado que el tablero era de superficie limitada, las chapas se superponían, cambiando rápidamente para dejar ver los resultados. Lógicamente, comprada la revista con la clave, el hincha se veía rodeado por cien personas que querían leerle, por sobre el hombro, el oculto jeroglífico en posesión del lector.

Si bien es una anécdota, es interesante ver como este sistema –algo parecido a un telégrafo- necesitaba de una coordinación importante.
Un telefonista accedía al dato, y a pura memoria subía heroicamente al cartel, allí cambiaba la chapa.
Cada vez que Central hacía un gol, por ejemplo, pasaba el dato a Buenos Aires. Una red de telefonistas-gimnastas estaba en contacto permanentemente, por dos horas. Un operador on-line, en cada estadio, era inevitable. Los teléfonos, a dínamo y ficha, eran ideales para eso, pero se necesitaba una atención constante. Podían hacerse dos goles con pocos segundos de diferencia, y eso complicaba todo. La experiencia del operador era fundamental.
El sistema pervivió hasta los años 60, ya que la llegada del receptor portátil de radio (la Ranser y la Spica, con audífono) volvió inútil el sistema, reducido en el último tiempo a lo meramente decorativo. En Buenos Aires incluso el dato de Alumni se pasaba por la radio, según se comenta.
A pesar de la decadencia, un pico de ventas fue en 1964, cuando se produjo un problema económico entre la AFA y las emisoras radiales.
Sin datos, el hincha compró masivamente la revista nuevamente, y como nunca. Fue un récoprd de Alumni, triplicando su venta habitual.
 
Alumni y su tablero fueron resultado de una época intermedia, con una tecnología incipiente.
El producto era primitivo, y se recurrió a una opción bien argentina: en vez de cambiar de sistema, se decidió perfeccionar el primitivo al infinito, lo que impidió algo mejor para la revista Alumni como emprendimiento económico.
La radio, y luego el Autotrol serían una alternativa mejor, o sea se privilegió trasladar el dato al hincha directamente, sin subterfugios ni aparatos burdos.
Alumni hubiera debido adquirir una emisora de radio y no agregar más carteles, para poder progresar y así subsistir. Pero la pobre revistita dominical no tuvo alternativa dadas las decisiones tomadas, y en 1968 dejó de aparecer.
La radio, la TV, y luego los sistemas complejos de coaxil y satélite, volvieron obsoleta una forma simple que, en última instancia, era de los años 30 y 40. Los carteles de chapa, tan ansiados por el hincha, se oxidaron y desaparecieron.
Había llegado la era de las comunicaciones rápidas.

domingo, 7 de noviembre de 2010

CANILLITA

Vendemos los diarios/ en esta ciudad, /por calles y plazas, /boliches y bares. / La Nación, La Prensa / Patria y Standart. / Se venden lo mismo/ que si fuera pan./ Llevamos nosotros/ la curiosidad.
Estos breves versos de Florencio Sánchez, quedaron para siempre. Los diarios han desaparecido, pero los canillitas quedan.
En 1968, a un tal Manuel Bilbao, director de La República de Buenos Aires, se le ocurrió vender los diarios en la calle. Antes se vendían por suscripción, es decir, por correo. El vendedor era más barato que las estampillas y le daba cierta publicidad al diario, que el correo no proporcionaba.
Con los años se vio que el vendedor adulto era más caro que los chicos. Por una costumbre muy arraigada, el precio del salario infantil era mucho menor que el de un adulto. Se consideraba a los niños adultos en miniatura, y por lo tanto, el salario debía corresponderse con esa "realidad".
La palabra canillita todavía no existía. Es más, el “pibe vendedor de diarios” era eso: un pibe vendedor de diarios. En Estados Unidos se los denominaba newboy, porque el chico comentaba brevemente las noticias que salían en primera plana. Sus edades iban de los 5 hasta los 15 o 16, con un promedio de 10 años. Las fotos los muestran con cierta frecuencia, ya que aparentemente que eran numerosos. Una vieja foto borrosa de 1911 los muestra con motivo de una "revuelta", en otra, frente a la Municipalidad, suman unos diez o doce para repartir diarios en el centro.
Las crónicas los describen muy mal hablados, charlando en lunfardo, y las fotos siempre los muestran de pantalón corto a la rodilla, sujetos con cinturón, tiradores, sogas o piolines. A veces descalzos, usan camisa y excepcionalmente un saco. Los diarios, ayer como hoy, se llevaban en un sobre de cuero abierto, colgando de una correa del hombro izquierdo.
Florencio Sánchez escribió su obra Canillita En Rosario, en 1902. Se estrenó en La Comedia el 1º de octubre.En ese año la ciudad estaba convulsionada por las huelgas, y no faltaron los muertos. Sicarios armados desarticulaban las huelgas o, como en un caso extremo, trataron de eliminar la dueño de un diario progresista en materia social. Los protagonistas de estos hechos rara vez iban desarmados, y las cuestiones sindicales terminaban con la aparición del ejército.
Preocupado por la “cuestión social”, la obra de teatro Canillita –la primera de Sánchez- narra las vicisitudes de un vendedor de diarios que trabaja para mantener a sus padres. Originalmente se iba a llamar ¡Ladrones!, pero Sánchez la reformuló y el nombre del protagonista quedó. Es el sobrenombre de un chico de unos 15, de piernas (canillas) flacas de gran caminador.

"Soy Canillita, /
gran personaje, / con poca guita / y muy mal traje; / sigo travieso, desfachatado, / chusco y travieso, / gran descarado; soy embustero, soy vivaracho, / y aunque cuentero / no mal muchacho"

Sánchez debió ver en vivo y en directo lo que narró, y Canillita habla en su lenguaje de adulto precoz, y sin remilgos por el trato que da la calle:

“¡Como era domingo y no había diario, nos juntamos con Chumbo, el Pulga, la Pelada, Gorrita y una punta más!... Güeno, ahí nos juntamos con otra patota y agarramos pa los diques que se iba un vapor pa Uropa... ¡Qué lindo ché!... El tanaje así amontonao, mujeres, pebetes, gringos, viejos... ingleses, baúles, loros... ¡qué sé yo! ¡Vieras qué risa!... El Poroto que es un desalmao, empezó a titear a un tano viejo que se llevaba como veinte cotorras pa´ la familia en una jaula y el gringo a estrilar!”
.
La obra, sin embargo, no es del todo ligera o risueña, antes bien es una denuncia sobre el maltrato, y no falta una puñalada final que resuelve el drama.
La obra “pegó”, ya que es una síntesis de la vida de las clases populares, y en simetría con La Gente Honesta, una crítica a la burguesía rosarina, componen un conjunto que trata de ser una descripción integral. Esta última obra, al tratar de ser representada, fue prohibida – policía mediante- por la intendencia de Luis Lamas. Sánchez fue muy maltratado, y algunos dicen que hasta torturado por la “policía brava”, esto es, a la orden del poder político.
Lamentablemente, Florencio Sánchez murió muy joven, en Italia, apenas ocho años después, un 7 de noviembre de 1910.
Con Juan B. Justo y Enrique Dickmann había recorrido Refinería, viendo el estado calamitoso de las clases más pobres, canillitas incluidos. Pasó algo más de un año en Rosario, y tuvo tiempo para ser periodista, activista social y dramaturgo. Por ello desde 1947, el 7 de noviembre se denomina Día del Canillita, nombre que se extendió a todo un oficio romántico, pero peligroso y mal pago. Se cumplen 100 años de su muerte.En las limitadas posibilidades que le daba el teatro, Sánchez consiguió que el personaje siguiera vivo, denunciando las miserias cotidianas de los humildes.
No es poco.