Sus avances en materia tecnológica eran un orgullo de la industria nacional: llegó a ser la fábrica más importante del país (bueno, eran pocas en realidad) y ocupaba un nicho importante: el de elaborar productos agropecuarios para agregarles valor.
Este Valor Agregado a una mercancía implica una cuestión importante ¿cuánto valor agregar?
Este Valor Agregado a una mercancía implica una cuestión importante ¿cuánto valor agregar?
No es lo mismo el mineral de hierro, al cual hay que aplicarle mucho valor agregado para que sea útil, que al trigo. Asimismo, cuanto más valor se agregue a la materia prima, más inversiones, en general, harán falta; así, para transformar el hierro en, digamos, un martillo, hará falta una fragua, pero también una carpintería para el mango, varios operarios, leña, etcétera. Para el trigo, tal vez la operación sea más simple, y prueba de ello está en que los molinos son muy antiguos y casi siempre burdos.
Además, cuantas más operaciones necesite para trasformar la materia prima, más valor agregado tendrá, y si trasformar trigo en harina es bastante simple, transformar el trigo en pan complica la cosa.
El negocio estaba en conocer, sabiamente, cuál era el monto de valor que podía ser agregado a una materia prima como la caña, considerando que ésta variaba mucho en valor propio, ya que era un producto estacional. Además, debe considerarse la variable del producto terminado. Debe ser vendido con cierta facilidad, y la ganancia permitir la recuperación de lo invertido, la reinversión en nueva materia prima, bienes de capital (máquinas, por ejemplo) y además que el ciclo tienda ser “indefinidamente perpetuable”.
Ernesto Tornquist comprendía perfectamente esto. Recurrió entonces a varios subterfugios, métodos y sistemas.
Primero, debía asegurarse que la inversión inicial fuese baja y rápidamente recuperada. Para ello, el estado garantizó ciertas leyes muy particulares, que lo exoneraran de impuestos.
Segundo eligió el azúcar como producción, un producto tanto de consumo interno y como de exportación. Se garantizaba así un consumo seguro de lo producido.
Tercero, debía asegurarse un volumen constante de materias primas, para ello, fundó su propio ingenio, y mediante los contactos adecuados, conseguía que los otros ingenios le vendieran la caña a precios razonables.
Cuarto, cuando el flujo de materia prima disminuía, trataba no de buscar caña, sino cañeros, así que refinaba azúcar extranjero.
Este método le dio resultado por algún tiempo.
El problema no estaba en la fábrica en sí, sino en el producto. Fallando al mismo tiempo la provisión y el consumo, la producción de azúcar fracasaba. Eso sucedió en los años 20 y una vez muerto Tornquist. Con precios del azúcar muy bajos y una deficiente provisión de caña, se creyó que aumentando la tecnología, las cosas mejorarían, pero no fue así.
Un síntoma de este proceso de 41 años de avances técnicos y financieros (1889-1930) fueron las chimeneas que tenía la fábrica de azúcar.
De una simple chimenea de 1889 a a 1896, y unos pocos galpones, pasó a dos chimeneas en 1900, 3 en 1903, y hacia 1910 ya tenía 4 altas chimeneas, de cerca de 30 metros de alto.
Estas construcciones, necesarias para las calderas donde se hervía la caña triturada, eran muy visibles y desde mucha distancia. No fue extraño que se las viera como indicador de progreso.
Las chimeneas se ven con sus extremos ennegrecidos, lo que prueba que no eran “de adorno” como las que se construían, famosamente, en La Forestal, usadas como mojones y muchas de ellas sin vinculación alguna con la infraestructura de la explotación.
Aparentemente, las de la Refinería eran para las calderas al vacío, donde mediante la succión de la aire, se debe bajar la temperatura de ebullición, y evitar el cristalizado prematuro del jarabe.
Una chimenea alta permitía la rápida evacuación de los humos por el “efecto chimenea”: basta una leve ráfaga de viento, para que el humo sea “chupado” de la columna de aire del interior del tubo. Cuanto más alta la chimenea, más rápida la salida de humos y menos problemas de ahumado de los productos, de allí la tremeda altura, habitual en fábricas de productos algo "delicados", como el azúcar, la cerveza o el pan.
Pero no bastaba con aumentar los caños al viento.
Con la lenta –pero segura- caída de los precios internacionales, quedaba el recurso de bajar el precio de la caña; pero éste era muy variable. A veces era un recurso superabundante; otras, la carencia obligaba a que el ejército mismo reclutara zafreros, a la fuerza. Agregarle valor a la caña ya era carísimo, y el azúcar estaba en baja.
Con 4 chimeneas, y el azúcar sin vender, la fábrica duró hasta los años 30.
La planta en los 40 ya era propiedad de la familia Bemberg. Otra foto de esos años ya la exhibe sin sus tradicionales atributos. La Maltería Safac (de 1947) ya no necesitaba chimeneas, y había comenzado la era del consumo interno. La Maltería proporcionaría una materia prima para la cerveza, de su misma propiedad, la Quilmes. Otras estrategias industriales de concentración y monopolio. Fueron demolidas en una fecha incierta, entre 1935 y 1940.
Para esa época, refienría era un barrio industrial importante. Si bien la vieja fábrica de azúcar ya era un recuerdo, de acuerdo a una vieja guía telefónica de esos años, existían fábricas de vidrio, bolsas, hilos, lonas, alpargatas, botones, zapatos, colchones, cuhillos, alimentos, muebles, envases, ropa, y hasta perfumes. Estas industrias, junto con el puerto y los ferrocarriles, seguramente empleaban a miles de personas, las que a su vez sustentaban con sus salarios a sus familias.
Firmas importantes como la Quilmes, Pappini, Algodonera, Schlau, Germania, Safac y Centenera alternaban con pequeños talleres pequeños o semi artesanales, suminsitrando toda clase de mercaderías de factura nacional. Muchos negocios suministraban servicios y otras mercaderías a la gente trabajadora: almacenes, peluquerías, bares, caernicerías... Esta conformación socioeconómica forjó una mentalidad "laburante" en los vecinos, relacionada con el trabajo muscular y esforzado, vinculada a lo fabril.
Las fábricas aportaban constantes transformaciones edilicias a la forma del barrio. Los galpones sumaban cientos de miles de metros cuadrados. La electricdad se volvió una forma de energía común, que reemplazó al engorroso vapor. En Safac, Diego Nesci -un constructor de barrio- edificó dos tanques de agua de hormigón, más necesarios para la producción de la malta que las viejas chimeneas de ladrillo.
No se edificaron más chimeneas.
Las fábricas aportaban constantes transformaciones edilicias a la forma del barrio. Los galpones sumaban cientos de miles de metros cuadrados. La electricdad se volvió una forma de energía común, que reemplazó al engorroso vapor. En Safac, Diego Nesci -un constructor de barrio- edificó dos tanques de agua de hormigón, más necesarios para la producción de la malta que las viejas chimeneas de ladrillo.
No se edificaron más chimeneas.
Frágiles, las chimeneas demasiado altas se vuelven riesgosas. Las juntas de los ladrillos, alteradas por la temperatura, se vuelven porosas, y se van disolviendo por la lluvia. Es muy dificultoso mantenerlas, y los vientos pueden derribarlas.
No fue necesario: hoy sólo queda en todo el Barrio Refinería una chimenea maltrecha y a punto de caer, de la vieja (y desocupada) Algodonera Argentina, de los años 30.
En los alrededores del barrio, las chimeneas petisas e inútiles de la Schlau y la Quilmes, quedan casi como un folklore de los galpones usados para otra cosa.
Las calderas, ciento veinte años después, hace rato que se detuvieron.