LA HISTORIA NO ES EL PASADO, PORQUE TRANSCURRE HOY .
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lunes, 13 de junio de 2011

LA CASA ES DECENTE

La foto nos muestra un bar, claro. Se supone que es un bar situado en calle Monteagudo entre Velez Sársfield y Gorriti. La copia fue facilitada en 1999 por la familia Tissera; los datos de que se dispone son externos a la foto, y como suele suceder, completamente insuficientes, por lo que habrá que mirarla con detenimento.
La foto debió ser importante: el fotógrafo agrupó a las personas, les dio una gradación jerárquica, cierta calidad lumínica (apartó las cortinas) y una vez revelada, la enmarcó en forma más o menos lujosa.
Por la vestimenta, y los hábitos masculinos (todos llevan bigotes, igual corte de pelo, sin barbas)  podemos decir groseramente que es de 1915 a 1925. Si bien es un indicador poco seguro, ya para 1920 a 25 el bigote no se usa demasiado. Asimismo, se abandona el chaleco, que antes era de rigor, y que sólo usa el hombre de la izquierda, tal vez un hombre mayor algo chapado a la antigua. Los sombreros son de tipo Borsalino y Panamá, aunque no se ven bombines, canotiers o ranchos, comunes desde principios de siglo, pero algo raros en un barrio obrero. El hombre de la derecha de la mujer usa un sombrero del tipo cordobés, aunque de ala corta. No se ve tampoco la típica pieza del obrero: la gorra de visera corta.
Podemos decir con cierta seguridad que la foto es de la década del 20.
Habitan la foto 11 personas, entre ellas una mujer y  los asistentes. Forman 4 grupos;  presumiblemente la mujer sea la dueña, ya mayor. A su lado tal vez el marido y el hijo, (o los hijos y allegados) el que está detrás del mostrador quizá sea empleado, no lo sabemos, pero se lo ubicó por fuera del grupo de “dueños”.
La estructura edilicia del bar es simple.
Un gran salón de 6 metros por 8, dos o tres mesas, y aunque se ven sólo dos, apenas se alcanza a ver en la esquina derecha y abajo, el ínfimo segmento de arco del respaldo de una silla Thonet.
El mostrador (la barra, “the bar”) luce sencillo, es un mueble largo con una moldura perimetral importante. En la barra se apoyan dos campanas de vidrio, con comidas ligeras de poco volumen, quizás sándwiches –que se alcanzan a ver- o para queso o pan. Y atrás bebidas, muchas bebidas. Probablemente sean vinos, jerez, guindados y licores, algunos extractos de malta, se aprecia una botella de cerveza con su etiqueta oval, contra el parante del aparador.
El aparador está cerrado con vidrios, no es un estante simple, como en las pulperías o almacenes. Más parece un mueble de farmacia que de bar. O de una casa.
No se alcanza a ver máquina de café alguna, pero las mesas lucen tazas grandes, de café “mediano”, como decimos hoy. Algunos vasos vacíos nos permiten ignorar la bebida que contenían, pan y algo de lo que parece manteca también pueden apreciarse.
Atrás del salón está la casa, seguramente; las dos puertas abiertas garantizan -al menos- un patio y la calle. Pareciera haber otra ventana más, hacia la derecha, por la forma en que accede la luz: las patas de las sillas de extrema derecha no arrojan sombras. Podemos aseverar que el bar tiene  ventanas a la calle, su reflejo en el vidrio lo confirma. La puerta de la izquierda es doble, el reflejo en la punta del aparador provienen del reflejo del sol en el vidrio. Quizás es una puerta interior, hacia la casa; no era común puerta doble en el acceso a los bares.  Los pisos, homogéneos, parecieran los habituales de madera. La otra opción, baldosas calcáreas, solían ser de colores, que se evidenciarían de inmediato, pero en la foto no se aprecia dibujo alguno.
Fuimos al lugar: sólo queda un baldío, donde termina la Cortada Corvalán. Superponiendo fotos, vemos que las líneas generales de las dos fotos -vieja y actual- coinciden asombrosamente, por lo que la foto del baldío que mostramos fue tomada en el punto exacto donde debió estar el fotógrafo original.
La iluminación es diurna, simplemente abriendo los postigos o persianas, y la nocturna debió ser bien pobre. 
Una sola lámpara a kerosene alumbra el lugar, y con pantalla. Obviamente, la pantalla de lata impedía alumbrar el cielorraso (cosa habitual hoy en día, ya que difunde la luz, de allí que los cielorrasos blancos sean muy eficientes para bajar el consumo energético). El cielorraso debió ser blanco quizás, pero eso no contribuía mucho a dar sensación de lobreguez al sitio en horas de la noche, a menos de encender lámparas adicionales. Nos tomamos el atrevimiento de oscurecer la foto, para ver cómo sería un anochecer en ese bar.
Hasta aquí llega la descripción. Pero esta foto esconde una serie de cuestiones interesantes.
Veamos a la gente, ubicada de forma algo planificada, aunque dentro de las posibilidades del bar como espacio para fotografiar. Es evidente que el fotógrafo ubicó al grupo de la izquierda a la luz, es el grupo mejor retratado, el hombre joven da vuelta la cara para que se aprecien mejor sus facciones, y es el más atildado.
Hay en los dueños (los suponemos varios, el grupo de la izquierda) una preocupación por la estética del bar. Las mesas no son descuidadas tablas hechas por un chapucero, sino mesas de bar con patas torneadas, iguales, barnizadas e incluso lustradas: basta ver el brillo de su superficie. Son propias de un bar, por su tamaño, pero no desentonarían en una casa de familia.
Si bien pueden ser comunes tales formas decorativas, y hasta incluso baratas, hay una búsqueda de la belleza que va desde la elección de los muebles hasta el empapelado o estarcido de la pared. La mujer tiene la ropa planchada, impecable, para ser una fondera de barrio obrero. A los vidrios de la puerta de la izquierda, además de los postigos, para evitar las miradas hacia adentro sin oscurecer,  se les ha pegado un papel de colores, hay un pudor de lo privado, un "no miren", un "prohibido pasar".
La foto es en pleno día, hay abundante luz, y por lo tanto, es hora de trabajar, porque en el barrio el trabajo, para la época, no se detenía los domingos. Pero bien pudo haber sido un sábado o domingo, no lo sabemos.
Muebles, privacidad, limpieza, orden, clientela, dueños, vaores específicos que no se hallan en un conventillo o un figón de un centavo el vaso de clarete.
Arriesgamos una hipótesis: se trata de un bar “decente”.
No es una fonda, un bar nocturno, un figón de mala muerte, un comedero ni una borrachería, sino un lugar de descanso, de relax, un sitio tranquilo. La foto trasunta ese espíritu. Unas botellas de reserva se ocultaron, pudorosa y prolijamente de la vista, arriba del techo del aparador, evitando el desorden de ponerlas en el piso, por ejemplo, o en un lugar inapropiado.
Los parroquianos están en actitud displicente, cómoda, aunque no parecen obreros en hora de trabajo. Excepto uno, sin corbata, incluso sin cuello de camisa. Y los sacos de al menos dos parroquianos son blancos, de verano, poco apropiados para el trabajo.
Se trató de seleccionar el espacio, la clientela y hasta la forma de decorar el ambiente.
El bar no se diferencia esencialmente de ningún bar actual, de reciente inauguración: efectos regularmente ubicados, objetos de factura similar, seriados; cierta preocupación por los detalles, limpieza, claridad.
Por lo tanto, la del bar es una familia de clase media incipiente, con los valores que nosotros también poseemos: orden, limpieza y claridad como valores identificables con lo moral; la “decencia” como hábito a mostrar fehacientemente, incluso desde lo simplemente formal.
“Esta es una casa decente” era una fórmula habitual en casamientos que se desmadraban, o ante actitudes equívocas de algún invitado, hoy, “la casa se reserva el derecho de admisión y permanencia”. El bar es una casa, un hábitat que puede ser visitado sin riesgo por la clase media misma, allí no hay marginales, ni trifulcas prostibularias, o sea, no hay desórdenes propios de otras clases sociales. Ideal para tomarse un café con leche, a media mañana, o luego de ir a trabajar, tomando un café y charlando hasta la hora de la cena, “hasta que se haga de noche”.
Es habitual, en narraciones de entrevistados del barrio, la costumbre de ir al bar luego de la siesta, o del trabajo, de siete a nueve, más o menos, "a no hacer nada".
Pero ¿a qué lugares?. Suponemos que la concurrencia a un lugar definido, definía a la clientela. El borrachín, al boliche, el trabajador "decente", al bar, que en general, tenía un apellido reconocido detrás, un renombre para bien o para mal, Conti,Tissera, Garat, tenían "sus" bares, restaurantes y fondas, con un reconociemtno del barrio de su claidad personal, un respeto que debía ganarse. Y, a veces, se perdía una reputación por una "agarrada", por lo que esto debía evitarse.
.¿Es casual entonces la presencia de una inocente lata de galletitas en el mostrador? ¿O es una declaración de objetivos comerciales? ¿Es casual que los parroquianos no estén bebiendo vino, por ejemplo, y los vasos parezcan de los que se usan para beber leche o chocolate?
No podemos aseverar mucho de esta foto, ni siquiera que haya sido del barrio Refinería.
En el fondo, eso es lateral, secundario.
Pero sí vemos que hay intenciones, que se traducen en datos.
La imagen nos parece una imagen de propaganda, para evidenciar que la costumbre de ir al bar es decente y tal vez desvincularse de los bares de obreros, como el Atrevido o las muchas fondas del lugar, donde las leyendas aseveran cuchillos y “revolvers”.
Una imagen de propietarios, de gente ordenada y pulcra. Una imagen de clase media.

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