En su historia, la Refinería Argentina cometió dos errores económicos severos, y hasta fatales.
Al comenzar, la necesidad de azúcar refinada era importante.
Una inmigración creciente, más consumidores, la aparición de bares y fondas, los cambios en la dieta eran solamente una parte de la ecuación de Ernesto Tornquist, el fundador de la empresa.
La construcción de vías férreas entre Tucumán y la ciudad de Córdoba y con Rosario a partir de 1876 bajó los fletes y aceleró los tiempos de la vieja carreta. El vapor, aplicado a la producción, abarataba los precios por tonelada de azúcar.
En ese momento, la ecuación mercado / costos de producción cerraba favorablemente. Pero como el consumo crecía, era necesaria más azúcar y eso –pensaba Tornquist a fines del siglo XIX- se resolvía con tecnología: más maquinaria, más planificación, técnicos, personal especializado para cada proceso de fabricación.
Un primer problema ocurrió en 1890-91.
La crisis generalizada en el país -fuertemente especulativa- derivó en una caída general de la economía. La Refinería Argentina y vio caer la demanda, y por lo tanto restringió la producción.
Torquist sabía que una sobreproducción abarataba los precios, pero a demanda constante o en retracción, generaba pérdidas, ya que los costos de refinar no se cubrían con las ventas escasas.
A partir de 1892, la producción y la demanda se recuperaron, creciendo año a año.
Pero Tornquist decidió que al empresa funcionaría como intermediaria, sin vender directamente al mercado, sino que refinaría para otras empresas. La “venta” era de azúcar a vendedores y de ese modo, la Refinería Argentina se cubría de súbitos bajones en los precios, que era un problema supuestamente ajeno.
La primera crisis grave fue en 1905.
La zafra fue excepcionalmente abundante y la baja de precio considerable. El gobernó de acuerdo con Tornquist, intervino con un impuesto y la (inconstitucional) Ley Machete, obligar a los hacendados y propietarios de ingenios a limitar la producción. En 1906 fue a la inversa: las heladas dejaron sin caña a la Refinería y se pidió importar caña e incluso, azúcar refinado para revender.
En 1907 muere Tornquist, habá terminado la época de los “pilotos de tormentas” (como lo eran Pellegrini y Tornquist) y el mercado del azúcar era internacional, competitivo e inestable.
En 1909 se tomó la decisión e incrementar la producción a casi doble.
Fue un error fatal de los herederos del fundador. El primer error.
La sobreexpansión tecnológica necesaria para ese volumen se contraponía al exceso de caña, y se contrajeron deudas cada vez más dificultosas de pagar. Se sumaba la dificultosa exportación, por la guerra de 1914-18, y la competencia de los dueños de ingenios, que también refinaban azúcar.
Resultó una agonía de 25 años.
Con el tiempo, se pensaron otras producciones: melazas y jarabes, destilación de ginebras y alcoholes para terceros (Herwig, Schliper) y desde 1921, la extracción de taninos todo en base a las maquinarias existentes. Pero los consumos seguían cayendo y en 1929, la Crisis de Wall Street golpeó todo el sistema capitalista. Las acciones de la empresa, que se habían duplicado, dividiendo al capital, cayeron estrepitosamente.
Llegó el segundo error.
La caída del precio del tanino borró el negocio que empezaba a dar resultados.
Frente a esta situación, se pidieron créditos e incluso se llegaron a pedir préstamos a las mismas empresas de Torquist.
La espiral de endeudamiento con créditos (cada vez duros desde 1918) y bajos dividendos comenzó a agigantarse.
La caída del precio del tanino en 1930 borró el negocio que empezaba a dar resultados. En 1931 las supercosechas se repitieron.
La Refinería Argentina que ya tenía solamente un cliente, en 1932 ya no le compraría azúcar… y no podía pagar los créditos.
La tabla de abajo muestra la producción de la Refinería Argentina a lo largo de su existencia: las caídas abruptas son en 1991, por la falta de tecnología, en 1917 por la Ira. Guerra Mundial, en 1929 por la Crisis de Wall Street. En 1932, en el gráfico de abajo puede verse la caída definitiva.
De 600 obreros, la Refinería Argentina pasó a tener 1600 en 1910 y solamente 20 en 1932.
El cierre afectó a todo el barrio, ya que la Refinería no sólo producía azúcar, sino también alcoholes y bolsas de algodón, sino que también generaba un activo comercio barrial de almacenes, bares y tiendas.
Dos errores: creer que las compras siempre crecerían y cuando bajaron, el producir más, haría recuperar las pérdidas. Luego, frente a las pérdidas, endeudarse para producir más... y hacerlo.
Esa hipertrofia de la tecnología resultó fatal, probablemente al continuar con el pensamiento del siglo XIX, cuando “estaba todo por hacer”, no había competencias feroces ni crisis de precios. En 1889 se podía tener un monopolio, en 1932, ya no. Al menos del mismo tipo.
Así, la Refinería Argentina sufrió una crisis de producción, que los continuadores de Tornquist no supieron ver: carecían del instinto político y económico del fundador.
La macroeconomía se llevó puesta a la Refinería.
Y eso también pasó en el barrio.
Bibliografía:
Guy, Donna. (1988). Refinería Argentina, 1888-1930: límites de la tecnología azucarera en una economía periférica. Desarrollo Económico. Revista de Ciencias Sociales 28 (111). 353-373.
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