Era frecuente leer en mas de una revista descripciones de la vida de la Refineria, pero siempre con un dejo sarcástico, sobrador.
El "corresponsal" de turno, luego de un viaje más o menos largo, describe a los vecinos como pintorescos y "trabajadores", aunque la sorna, mal cubierta por el lenguaje, se deja ver entre líneas.
En el Caras y Caretas -revista porteña- del 14 de junio de 1913 aparece una nota específica sobre el barrio. El cronista comienza su nota con una larga parrafada, bastante confusa y rebuscada a la distancia:
"El constante movimiento, la afanosa actividad, el aspecto eminentemente laborioso de los barrios industriales del Rosario y las costumbres sencillas y monótonas de la gente trabajadora que los habita, constituye la característica predominante de la ciudad. Es ésta una gran fábrica cuyos ruidos incesantes se pierden dentro de su mismo panorama dilatado, del cual surgen gallardamente dos rojas chimeneas gigantescas que a menudo exornan la serena costa del río navegable, en cuya vecindad se elevan, con un denso penacho de humo, que se desarrolla y se extiende largamente, a favor de las cambiantes brisas del Paraná".
Luego de esta introducción "poética", el periodista describe la forma de trabajo del barrio, enfocado en la Refinería. El cronista ve diferencias, pero las atribuye a las diferentes nacionalidades y jerarquías, sin tener en cuenta que el sistema económico tenía que establecer esas diferencias para optimizar la producción:
"Los jefes, los empleados, los obreros de la Refinería Argentina, toda una legión de hombres de trabajo, de distintas jerarquías, nacionalidades y costumbres, viven en ese barrio, sometidos a un régimen que aparentemente es el mismo para todos, puesto que someten los actos de su vida a los horarios y reglamentos del establecimiento al que pertenecen; pero que, en realidad, difiere entre unos y otros, radicalmente por razones complejas que escapan al detalle y cuyo origen puede encontrase en el cosmopolitismo, y la general miseria que caracteriza al ochenta por ciento de esa población".
Lo que "escapa al detalle" es la explotación diferencial, en vista de una mejor producción. Un changarín no puede ganar lo mismo que un calderero. Para él, todos son trabajadores homogéneos.
Luego "viene el palo" y el periodista se despacha contra las costumbres barriales (por cierto, no muy diferentes de otras ciudades y barrios):
"Por lo demás, hay múltiples aspectos interesantes en este barrio. Una gran cantidad de muchachas que trabajan en la Refinería. ofrecen el espectáculo de sus “afiles” a toda hora, asomadas a algún “Tranquil – palace”, a algún “Tacho – palace” o discurriendo por el original “bulevard de los huesos”, que es el preferido por los “afiladores” más refinados del lugar".
Los "afiles" son los actos de seducción entre jóvenes, lo que en las clases altas se denominaba poéticamente, "flirt". Es lo mismo ¿no?.
Luego, la malintencionada comparacíon de palacios y bulevares con el ámbito de miseria del barrio, constituye un dato importante para determinar el pensamiento de las clases medias a las cuales iba dirigida la revista.
La culpa de la miseria la posee el miserable.
El "corresponsal" de turno, luego de un viaje más o menos largo, describe a los vecinos como pintorescos y "trabajadores", aunque la sorna, mal cubierta por el lenguaje, se deja ver entre líneas.
En el Caras y Caretas -revista porteña- del 14 de junio de 1913 aparece una nota específica sobre el barrio. El cronista comienza su nota con una larga parrafada, bastante confusa y rebuscada a la distancia:
"El constante movimiento, la afanosa actividad, el aspecto eminentemente laborioso de los barrios industriales del Rosario y las costumbres sencillas y monótonas de la gente trabajadora que los habita, constituye la característica predominante de la ciudad. Es ésta una gran fábrica cuyos ruidos incesantes se pierden dentro de su mismo panorama dilatado, del cual surgen gallardamente dos rojas chimeneas gigantescas que a menudo exornan la serena costa del río navegable, en cuya vecindad se elevan, con un denso penacho de humo, que se desarrolla y se extiende largamente, a favor de las cambiantes brisas del Paraná".
Luego de esta introducción "poética", el periodista describe la forma de trabajo del barrio, enfocado en la Refinería. El cronista ve diferencias, pero las atribuye a las diferentes nacionalidades y jerarquías, sin tener en cuenta que el sistema económico tenía que establecer esas diferencias para optimizar la producción:
"Los jefes, los empleados, los obreros de la Refinería Argentina, toda una legión de hombres de trabajo, de distintas jerarquías, nacionalidades y costumbres, viven en ese barrio, sometidos a un régimen que aparentemente es el mismo para todos, puesto que someten los actos de su vida a los horarios y reglamentos del establecimiento al que pertenecen; pero que, en realidad, difiere entre unos y otros, radicalmente por razones complejas que escapan al detalle y cuyo origen puede encontrase en el cosmopolitismo, y la general miseria que caracteriza al ochenta por ciento de esa población".
Lo que "escapa al detalle" es la explotación diferencial, en vista de una mejor producción. Un changarín no puede ganar lo mismo que un calderero. Para él, todos son trabajadores homogéneos.
Luego "viene el palo" y el periodista se despacha contra las costumbres barriales (por cierto, no muy diferentes de otras ciudades y barrios):
"Por lo demás, hay múltiples aspectos interesantes en este barrio. Una gran cantidad de muchachas que trabajan en la Refinería. ofrecen el espectáculo de sus “afiles” a toda hora, asomadas a algún “Tranquil – palace”, a algún “Tacho – palace” o discurriendo por el original “bulevard de los huesos”, que es el preferido por los “afiladores” más refinados del lugar".
Los "afiles" son los actos de seducción entre jóvenes, lo que en las clases altas se denominaba poéticamente, "flirt". Es lo mismo ¿no?.
Luego, la malintencionada comparacíon de palacios y bulevares con el ámbito de miseria del barrio, constituye un dato importante para determinar el pensamiento de las clases medias a las cuales iba dirigida la revista.
La culpa de la miseria la posee el miserable.
Y la clase media, apacible lectora del Caras y Caretas, debe sentirse satisfecha por lo que posee: casas de material, calles pavimentadas, un menaje adecuado. Va al restaurant, y no al boliche, o sea posee estilos de vida "sanos".
Por eso la burla, el desprecio mal dismulado. Las personas son personajes: la sillera, el vigilante, el desocupado, las "chicas", los turcos, los obreros, el conventillo como "depósito de inflamables".
El periodista considera que hay 4000 vecinos en el barrio (habitantes, les llama), lo que es un dato importante, puesto que es una aglomeración en un espacio urbana de escasa extensión.
Por lo demás, el cronista no deja de pensar en su deber de "quedar bien", hábito persistente en la clase media, es "gente trabajadora". És cuestión de burlarse de la gente, no de insultar.
Para finalizar, contrasta las costumbres "malas" con el trabajo, como si unas, como el alcoholismo o las ansias de diversión, no fueran alternativas o elecciones forzadas debidas a las otras, o sea a la explotación:
"...y por la noche se sorprenden tremendas jaranas, en que una guitarra, un acordeón y una batería de botellas y copetines, bastan para dar la gran fiesta del escándalo en medio de un batallón de honrados obreros que duermen, que descansan y que son los más… Corresponsal".
Exotismo de entrecasa el de Caras y Caretas: el objetivo del periodista es corregir, hacer sonreir, asombrar y dejar las conciencias tranquilas.
Por eso la burla, el desprecio mal dismulado. Las personas son personajes: la sillera, el vigilante, el desocupado, las "chicas", los turcos, los obreros, el conventillo como "depósito de inflamables".
El periodista considera que hay 4000 vecinos en el barrio (habitantes, les llama), lo que es un dato importante, puesto que es una aglomeración en un espacio urbana de escasa extensión.
Por lo demás, el cronista no deja de pensar en su deber de "quedar bien", hábito persistente en la clase media, es "gente trabajadora". És cuestión de burlarse de la gente, no de insultar.
Para finalizar, contrasta las costumbres "malas" con el trabajo, como si unas, como el alcoholismo o las ansias de diversión, no fueran alternativas o elecciones forzadas debidas a las otras, o sea a la explotación:
"...y por la noche se sorprenden tremendas jaranas, en que una guitarra, un acordeón y una batería de botellas y copetines, bastan para dar la gran fiesta del escándalo en medio de un batallón de honrados obreros que duermen, que descansan y que son los más… Corresponsal".
Exotismo de entrecasa el de Caras y Caretas: el objetivo del periodista es corregir, hacer sonreir, asombrar y dejar las conciencias tranquilas.
No hay literatura de mayor éxito, incluso hoy.
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