La inflación es un problema actual.
Pero también lo fue del pasado.
En 1890 y a un año de la fundación de la Refinería argentina, la crisis estalló en Argentina.
Durante seis años, el presidente Juárez Celman formó un sistema corrupto y especulador. Si bien el presidente no robaba directamente, sí permitía que sus amigos, conocidos y favorecedores especularan en la banca, la bolsa y las explotaciones agropecuarias. Todo un sistema financiero y bursátil permitía que las inmensas sumas provenientes de la exportación de cereales y carnes conformaran un auténtico casino económico. Se creaban bancos privados con préstamos del estado en oro, devolviéndolos en pesos. La especulación en la bolsa provocaba suicidios y fortunas desmesuradas. La inflación era tremenda: nunca se había visto algo así.
Frente a esto algunos miembros de la misma clase oligárquica de Juárez Celman, junto a otros de la clase media porteña, militares y políticos de segunda línea, se agruparon en torno a Leandro Alem e iniciaron una revuelta armada. La Revolución del Parque, llevada a cabo en 1890 fracasó, pero el gobierno cayó.
En ese momento vencía un servicio de la deuda externa por 500.000 libras.
Reúne entonces el vicepresidente Carlos Pellegrini en su casa a sus amigos, encabezados por Ernesto Tornquist, y obtiene un préstamo que permite cumplir con la deuda. Recién entonces – asegurada la disponibilidad de dinero- se hace cargo de la presidencia y nombra a Roca ministro del Interior.
La grave crisis económica de 1889 que alcanzo su punto mayor en 1891, podríamos afirmar que estaba superada en 1898, ya bajo el gobierno ya de Luis Sáenz Peña.
El "arreglo Romero" – pagar la deuda externa más barata, a condición de no tomar nuevos créditos para ello- de 1893, más un período de muy buenas cosechas aquietaron la situación. Parecía que la prosperidad se mantenía.
Pero precisamente, la estabilidad y el alto consumo, más la exportación de divisas hacía que la inflación fuera cada vez mayor, ya que los papeles de la deuda externa debían pagarse en oro, no en pesos.
Es en este marco donde debe ubicarse una portada del Caras y Caretas que posee el Museo, del 22 de octubre de 1898. En este dibujo, Ernesto Tornquist, fundador de la Refinería Argentina, ha “clavado” la moneda a una escala y a la vez, riega una rosa roja, la “Hacienda” o sea, la economía.
El pie del dibujo es claro:
Pero también lo fue del pasado.
En 1890 y a un año de la fundación de la Refinería argentina, la crisis estalló en Argentina.
Durante seis años, el presidente Juárez Celman formó un sistema corrupto y especulador. Si bien el presidente no robaba directamente, sí permitía que sus amigos, conocidos y favorecedores especularan en la banca, la bolsa y las explotaciones agropecuarias. Todo un sistema financiero y bursátil permitía que las inmensas sumas provenientes de la exportación de cereales y carnes conformaran un auténtico casino económico. Se creaban bancos privados con préstamos del estado en oro, devolviéndolos en pesos. La especulación en la bolsa provocaba suicidios y fortunas desmesuradas. La inflación era tremenda: nunca se había visto algo así.
Frente a esto algunos miembros de la misma clase oligárquica de Juárez Celman, junto a otros de la clase media porteña, militares y políticos de segunda línea, se agruparon en torno a Leandro Alem e iniciaron una revuelta armada. La Revolución del Parque, llevada a cabo en 1890 fracasó, pero el gobierno cayó.
En ese momento vencía un servicio de la deuda externa por 500.000 libras.
Reúne entonces el vicepresidente Carlos Pellegrini en su casa a sus amigos, encabezados por Ernesto Tornquist, y obtiene un préstamo que permite cumplir con la deuda. Recién entonces – asegurada la disponibilidad de dinero- se hace cargo de la presidencia y nombra a Roca ministro del Interior.
La grave crisis económica de 1889 que alcanzo su punto mayor en 1891, podríamos afirmar que estaba superada en 1898, ya bajo el gobierno ya de Luis Sáenz Peña.
El "arreglo Romero" – pagar la deuda externa más barata, a condición de no tomar nuevos créditos para ello- de 1893, más un período de muy buenas cosechas aquietaron la situación. Parecía que la prosperidad se mantenía.
Pero precisamente, la estabilidad y el alto consumo, más la exportación de divisas hacía que la inflación fuera cada vez mayor, ya que los papeles de la deuda externa debían pagarse en oro, no en pesos.
Es en este marco donde debe ubicarse una portada del Caras y Caretas que posee el Museo, del 22 de octubre de 1898. En este dibujo, Ernesto Tornquist, fundador de la Refinería Argentina, ha “clavado” la moneda a una escala y a la vez, riega una rosa roja, la “Hacienda” o sea, la economía.
El pie del dibujo es claro:
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EL FLORICULTORNQUIST
EL FLORICULTORNQUIST
A su rosa entregado,
la riega sin cesar, y embelesado,
goza con su fragancia y sus matices
sin temer que, al regarla demasiado,
se pudran sus raíces.
.
Es que Tornquist fue el promotor de una alternativa antiiflacionaria importante: la fijación monetaria a una cierta cantidad de divisas disponibles.
la riega sin cesar, y embelesado,
goza con su fragancia y sus matices
sin temer que, al regarla demasiado,
se pudran sus raíces.
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Es que Tornquist fue el promotor de una alternativa antiiflacionaria importante: la fijación monetaria a una cierta cantidad de divisas disponibles.
La idea era “clavar” la moneda a la cantidad de divisas existentes en el Banco Central. A esta idea se le llamó conversión de la moneda a un patrón, en este caso, el oro.
Con esta idea, Ernesto Tornquist y el doctor José María Rosa, presidente del Banco de la Nación presentaron el proyecto.
Una Caja de Conversión, o banco especial, emitiría los pesos "moneda nacional", que podrían cambiarse libremente a 0.44 de oro sellado, que era el “material” que formaba las divisas nacionales en las arcas del Banco Nación.
Pellegrini, que volvió de Europa donde había ido por cuestiones de salud, defendió el proyecto en el senado. Aprobada por el Congreso, la Ley de Conversión del 20 de septiembre de 1897 necesitaba ser promulgada. El Caras y Caretas que posee el Museo refleja tal vez la expectativa.
El presidente Julio Argentino Roca la aprobó apenas asumido, y el 4 de octubre de 1899, y a diez años de fundada la Refinería Argentina de Azúcar, Torquist con su idea logró que la inflación se detuviese, al menos por un tiempo.
No era inocente: esto permitía que se desarrollaran mejor los negocios internos, fijándolos a los externos. De nada servía lograr excelentes negocios con carnes y granos, si el sistema económico argentino se derrumbaba, y con él, la clase alta que los realizaba. Si el país caía, derrumbada su economía, no habría negocios posibles ni afuera ni adentro.
Paradójicamente, este sistema llegaría a su fin con los problemas externos; luego de la Primera Guerra Mundial las divisas comenzarían a caer, y el peso, hipervalorizado, a bajar de precio. Al caer el sustento del peso, éste se derrumbó a fines de los años 20. Se restringió la oferta monetaria, y no había un miserable peso por la calle.
Pero Tornquist, capitalista de antiguo cuño, a inicios del siglo XX había salvado las empresas nacionales, sobre todo las destinadas a consumo interno. Su muerte desactivaría tanta previsión, al menos para su fábrica de Rosario, que cerrará en 1930.
Cien años después, Domingo Felipe Cavallo y su convertibilidad “un peso, un dólar” fueron un poco mas desafortunados: ya no había guerras para echarle la culpa.
Con esta idea, Ernesto Tornquist y el doctor José María Rosa, presidente del Banco de la Nación presentaron el proyecto.
Una Caja de Conversión, o banco especial, emitiría los pesos "moneda nacional", que podrían cambiarse libremente a 0.44 de oro sellado, que era el “material” que formaba las divisas nacionales en las arcas del Banco Nación.
Pellegrini, que volvió de Europa donde había ido por cuestiones de salud, defendió el proyecto en el senado. Aprobada por el Congreso, la Ley de Conversión del 20 de septiembre de 1897 necesitaba ser promulgada. El Caras y Caretas que posee el Museo refleja tal vez la expectativa.
El presidente Julio Argentino Roca la aprobó apenas asumido, y el 4 de octubre de 1899, y a diez años de fundada la Refinería Argentina de Azúcar, Torquist con su idea logró que la inflación se detuviese, al menos por un tiempo.
No era inocente: esto permitía que se desarrollaran mejor los negocios internos, fijándolos a los externos. De nada servía lograr excelentes negocios con carnes y granos, si el sistema económico argentino se derrumbaba, y con él, la clase alta que los realizaba. Si el país caía, derrumbada su economía, no habría negocios posibles ni afuera ni adentro.
Paradójicamente, este sistema llegaría a su fin con los problemas externos; luego de la Primera Guerra Mundial las divisas comenzarían a caer, y el peso, hipervalorizado, a bajar de precio. Al caer el sustento del peso, éste se derrumbó a fines de los años 20. Se restringió la oferta monetaria, y no había un miserable peso por la calle.
Pero Tornquist, capitalista de antiguo cuño, a inicios del siglo XX había salvado las empresas nacionales, sobre todo las destinadas a consumo interno. Su muerte desactivaría tanta previsión, al menos para su fábrica de Rosario, que cerrará en 1930.
Cien años después, Domingo Felipe Cavallo y su convertibilidad “un peso, un dólar” fueron un poco mas desafortunados: ya no había guerras para echarle la culpa.
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