En el barrio, un tramo de calle Vera Mujica une la calle Junín con la calle Vélez Sársfield. Un breve recorrido nos muestra que dos altos tapiales, bastante viejos, ciegan la primera cuadra, y aunque en algunos tramos está desmoronados o presentan largos faltantes, en general se han conservado. Estos tapiales separan los patios traseros de los galpones que dan a calle Iriondo y hacia el este, separaban la traza de vías que unía Embarcaderos con el resto del sistema portuario.
La foto de 1903 muestra un paisaje de esta calle miserable, humilde. Niños caminan descalzos por la calles de tierra, mientras que a lo lejos se observan las altas chimeneas de la Refinería. Un poco al fondo, un inmenso montón de lo que parece madera, o carbón, se acumula en forma de pirámide.
Parece ser pasado el mediodía y lógicamente sólo puede haber niños o mujeres en la calle: los hombres están trabajando. Incluso los chicos parecen venir de la escuela, puesto que traen largas túnicas y algunas carpetas.
Esta calle debió ser un lugar de residencia para los miles de personas que dependían de la Refinería de azúcar, que estaba trabajando desde hacía ya 14 años.
Paradójicamente la muerte de la Refinería salvó la calle en gran parte como se veía hace cien años. El viejo bar de la esquina con Arenales -llamado sucesivamente Pepito Marinero y ahora El Bodegón- aún se conserva, lo mismo que el baldío en la esquina de Junín. Un par de las viviendas perviven, pero ya muy transformadas, y nunca dejaron de ser humildes casitas de dos ventanas y una puerta.
En la vieja foto de arriba, unas lajas permiten cruzar la calle luego de alguna lluvia; unas columnas de madera permiten adivinar luz eléctrica en algunas casas. La foto fue tomada de algún poste o árbol, presumiblemente lo primero: los árboles eran escasísimos en el barrio, y solamente algunos podían verse al final de Iriondo, ya en la Estación Rosario Norte.
Curiosamente, Vera Mujica nunca dejó de ser pintoresca y a la vez, pobre. Un cartel en el bar de la esquina miente: dice fundado en 1903. Lógicamente no es el mismo bar, ni el mismo dueño, ni se tienen en cuenta los largos años de abandono del local. También mintió Ester Goris cuando presentó en ese bar un libro suyo, argumentando que Agata Galiffi estuvo allí, como en tantos e innumerables lugares, tantos que no le hubiese alcanzado la vida para ir a todos esos sitios.
La zona no carece de encanto: el empedrado grueso le da un toque antiguo, pero su pasado de humildad no la ha abandonado: aún hoy, año 2009, se ven chicos descalzos.
Este lugar es un símbolo del aislamiento que sufrió el barrio por cien años, y ese aislamiento, ha momificado parcialmente el lugar.
La foto de 1903 muestra un paisaje de esta calle miserable, humilde. Niños caminan descalzos por la calles de tierra, mientras que a lo lejos se observan las altas chimeneas de la Refinería. Un poco al fondo, un inmenso montón de lo que parece madera, o carbón, se acumula en forma de pirámide.
Parece ser pasado el mediodía y lógicamente sólo puede haber niños o mujeres en la calle: los hombres están trabajando. Incluso los chicos parecen venir de la escuela, puesto que traen largas túnicas y algunas carpetas.
Esta calle debió ser un lugar de residencia para los miles de personas que dependían de la Refinería de azúcar, que estaba trabajando desde hacía ya 14 años.
Paradójicamente la muerte de la Refinería salvó la calle en gran parte como se veía hace cien años. El viejo bar de la esquina con Arenales -llamado sucesivamente Pepito Marinero y ahora El Bodegón- aún se conserva, lo mismo que el baldío en la esquina de Junín. Un par de las viviendas perviven, pero ya muy transformadas, y nunca dejaron de ser humildes casitas de dos ventanas y una puerta.
En la vieja foto de arriba, unas lajas permiten cruzar la calle luego de alguna lluvia; unas columnas de madera permiten adivinar luz eléctrica en algunas casas. La foto fue tomada de algún poste o árbol, presumiblemente lo primero: los árboles eran escasísimos en el barrio, y solamente algunos podían verse al final de Iriondo, ya en la Estación Rosario Norte.
Curiosamente, Vera Mujica nunca dejó de ser pintoresca y a la vez, pobre. Un cartel en el bar de la esquina miente: dice fundado en 1903. Lógicamente no es el mismo bar, ni el mismo dueño, ni se tienen en cuenta los largos años de abandono del local. También mintió Ester Goris cuando presentó en ese bar un libro suyo, argumentando que Agata Galiffi estuvo allí, como en tantos e innumerables lugares, tantos que no le hubiese alcanzado la vida para ir a todos esos sitios.
La zona no carece de encanto: el empedrado grueso le da un toque antiguo, pero su pasado de humildad no la ha abandonado: aún hoy, año 2009, se ven chicos descalzos.
Este lugar es un símbolo del aislamiento que sufrió el barrio por cien años, y ese aislamiento, ha momificado parcialmente el lugar.
El barrio no tenía un lado este, allí estaba el bajo, la barranca, el lugar de la miseria, de los arrabales del arrabal. En contacto con el ferrocaril y el puerto, Vera Mujica era un rincón donde uno debía vivir porque no había otra.
Tarde o temprano, llegarán los arquitectos, que no pueden ver que algo mantenga un estilo original, y pretenderán cambiarlo por otro, más falso, artificioso y mezquino. Le agregarán música de bandoneones que nunca existieron y gigantografías de inmigrantes que jamás pisaron el barrio, instalarán una iluminación moderna que destaque la textura de los ladrillos centenarios. Vendrán los autos que aflojarán los adoquines, que serán reemplazados por extrañas placas medievales de pórfido patagónico.
La vieja calle-momia se disgregará entre los dedos de los funcionarios, como un Ramsés Urbano.
El progreso tiene esas cosas. No tolera lo estático y lo reemplaza por lo estético. La miseria será erradicada más allá de los bulevares, lejos, invisible, inexistente, reemplazándola por el entusiasmo cursi de rosarinos ávidos de comer pizza mirando una pareja que baila El Choclo (tango que nunca se oyó allí), creerán que miran el pasado y sólo se mirarán entre ellos. Habrá llegado, por fin, la ciudad.
.
La vieja calle-momia se disgregará entre los dedos de los funcionarios, como un Ramsés Urbano.
El progreso tiene esas cosas. No tolera lo estático y lo reemplaza por lo estético. La miseria será erradicada más allá de los bulevares, lejos, invisible, inexistente, reemplazándola por el entusiasmo cursi de rosarinos ávidos de comer pizza mirando una pareja que baila El Choclo (tango que nunca se oyó allí), creerán que miran el pasado y sólo se mirarán entre ellos. Habrá llegado, por fin, la ciudad.
.
Para inspìrar a los arquitectos (que seguramente no dejarán tranquila a Vélez Sársfield) dejamos aquí una "fiel recostrucción" de lo que era la vida cotidiana de la época... de la Nueva Ola, 1969. El tango es de 1903, cuando lo bailaron seguramente sólo los hombres. La música que aquí se escucha es la versión de... 1947.
En 1955 se adaptó al ingles con el nombre de Kiss of Fire, por Louis Armstrong.
Esperamos que este excelente ejemplo de arqueología urbana sirva de fuente documental certera para los decoradores y urbanistas.
De nada.
2 comentarios:
Muy ironico, pero ineficaz.
saludos gente, soy de la cuerda de candombe de refineria q nos juntamos una ves por semana ahi en esa misma callecita de adoquines con esa mistica arrabalera portuaria!
estamos en contacto!
Publicar un comentario