LA HISTORIA NO ES EL PASADO, PORQUE TRANSCURRE HOY .
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lunes, 11 de abril de 2011

DE CASAMIENTOS, ABUNDANCIAS Y ESCASECES

Dedicado a Jorgelina y Damián, que se casan.
El Museo.
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El casamiento ha sido siempre un tema presente en la sociedad, sea cual fuese. Los seres humanos hacemos algo con la pareja, la volvemos importante, y luego armamos en torno a ella instituciones y rituales.

Uno de esos rituales es el casamiento. Pero no el legal o religioso es el que nos ocupa. Es el doméstico, la fiesta de casamiento, una parte inseparable del rito, casi un rito por propio derecho.

Manuel –un informante habitual del Museo- nos narra dos casamientos que son muy diferentes, pero interesantes.

“Una vez fui de chico al casamiento de una chica, era medio, si pariente… se llamaba Sequela la novia, el novio no me acuerdo. Vivían en avenida Alberdi, en un pasillo ancho, al lado de donde ahora venden pescaditos, Alberdi y Avellaneda…”..

El hecho debió ser en 1940, más o menos. La casa todavía existe, aunque semidemolida para hacer un garaje. Subsiste la parra y una parte de la vieja casa de galería.
Manuel cuenta que en ese casamiento la chica –Sequela Barroso- había preparado la comida con muy escasas vituallas. Era gente muy pobre, dice Manuel, y la comida era muy poca. Sequela (nombre ya extinguido) tenía su madre de nombre Patrocinia (o Patrocinio)  dos hermanas, Teresa y Robertina y un hermano, Marcelino, que era conductor de carrozas fúnebres. Margarita se había casado con un tal Marcelino, al que Manuel recuerda alcohólico… El padre de Sequela era peón. Acá al lado está la foto de la casa, en Alberdi al 100 bis.
Yendo a la fiesta, nada cuesta imaginar una larga mesa, unos cuantos invitados (pensemos que era una familia extensa) y la parra cubriendo todo; uno o dos perros podían completar el hipotético cuadro. La comida, asado, pollo y sándwiches de miga. Unas cervezas, quizás vino. Ante la escasez, el padre asumía una actitud desafiante, según Manuel. Repartiendo él mismo, viejo patriarca pobre, los escasos sándwiches con la bandeja, decía:
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“-Me parece que usted ya comió.-”. Y se retiraba.
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En la otra anécdota Manuel refiere su propio casamiento, secundado en el recuerdo por Noemí, su esposa.
Riéndose, mencionan el hecho de casarse un jueves al mediodía, ya que inevitablemente  los invitados debieron pedir el día de trabajo. 
Recuerdan que se hizo mucha comida para ese almuerzo de casamiento, en enero de 1963: 27 pollos (de un kilo cada uno, calculemos), cinco kilos de ravioles, treinta pizzas (500 g. cada una), los suegros de Noemí trajeron dos kilos de sándwiches, cinco kilos de masas y la torta, que debió pesar unos tres kilos. Un total de 57 kg. Para… 50 personas. Exceptuando el pan y el infaltable clericó (que nadie seguramente probó) se calcularon más de un kilo de comida por persona.
Josefa –la madre de la novia- al ver que unos tíos se iban, dijo:

“-No se vayan, no se vayan, que hay más comida…”.

Estas dos anécdotas en realidad forman una sola.
Como caras de una misma moneda, Manuel recuerda una por ser su propio casamiento, y la abundancia premeditada. De la otra, recordó la escasez: es casi lo único que recuerda, a pesar de los 70 años transcurridos.
El ritual es de abundancia.
Es humillante –o sea, transgrede el ritual- poner poca comida en la mesa, y la escasez en el señor Barroso se compensaba con la agresividad de la "oferta gastronómica", un acto en el fondo comprensible.
Paradójicamente, las fotos pocas veces muestran ese derroche: el fotógrafo concurría a los postres, y la foto de gente comiendo no es habitual, aunque sí cortando la torta o brindando. Es común el brindis en la sala, antes de cenar. Ya ha surtido efecto la generosidad el anfitrión, y es eso lo importante.
Pero fijémonos en la foto de al lado, antes de cenar, esos panes… ¿tanto pan se comerá un comensal? Evidentemente, hay una demasía.
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¿Qué nos lleva aún hoy, a poner demasiada comida en la mesa para casamientos, cumpleaños o nochebuena? ¿a poner más comida en la mesa, “por las dudas”, o llevar a la casa donde nos invitaron, más comida de lo que sabemos se puede comer?

Veamos una hipótesis.
La clase media es reticente a la demostración de sus bienes, y a la vez a la avaricia. Queda mal ser demasiado pródigo y demasiado miserable, pero a la vez se desea evidenciar lo que se tiene, y la capacidad de ahorro. Lo que los franceses llaman “L´sprit de le juste mesureé”.
La comida ritual es un punto crucial en tanto concurren a ella muchas personas, casi todas vinculadas afectivamente. ¿cómo agasajar sin avaricia, pero sin gastar demasiado? ¿cómo mostrar que se es generoso, pero a la vez no quedar como un derrochón?
La práctica ha dado la respuesta: la comida debe ser mucha, es relativamente barata, permite mostrar cierta munificencia pero… hay un pero. Para no quedar como un pretenciosos o arrogante, se debe regalar, compartiéndola. Es un bien efímero.

La comida debe ser abundante para obtener un equilibrio entre lo que se es, y lo que se espera que seamos.

Quizás por eso Manuel recuerda los dos extremos, uno de escasez, el otro de abundancia, lo que estuvo mal hecho y lo que se hizo bien. Lo memorable, muchas veces, es la abundancia o la carencia, no el casamiento en sí, porque el ritual “de base” es siempre el mismo, una pareja que celebra su unión, su nueva vida.  Paralelamente, se sufre, porque se desea "hacer las cosas bien", preparar la mesa, la bebida, que el pollo sea suficiente y esté bien cocinado, que alcancen las servilletas, la torta, la cerveza o las masas. O sea cumplir el ritual como está mandado. Con las mil variaciones que se nos ocurran, pero cumplirlo, porque es un mandato social.
Creer que comer comida sushi en un casamento es transgredir el ritual es engañarse: la falta de abundante sushi generará un malestar en los anfitriones, y se ensayará una explicación, que ellos mismos no creerán.
Porque ese ritual está impreso en nosotros, y una vez aceptado es casi ineludible.
Todavía nos humilla no ser invitados a una fiesta, que nos desprecien un regalo, que nos critiquen la ropa o el cuerpo, y que nos digan "la comida no alcanzó", aún cuando no lo digan: nos bastará sospechar el comentario.
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Como caras de la misma moneda, las dos anécdotas de Manuel nos traen una línea de conducta que se extiende aún hoy, cuando una suegra nerviosa prepara cinco kilos de vitel toné para veinte, o una abuela se horroriza ante un casamiento “a la canasta”...

3 comentarios:

carolina severini de botta dijo...

Mis padres se casaron en 1959 con mucho esfuerzo, pero compraron tanta pero tanta comida que decían que a las dos semanas todavía quedaban cosas para comer, como latas, frutas, bebida y habían tirado quilos que ya estaba en malas condiciones. Les hacían unpaquetito con comida a los que se hiban yendo, con torta sobre todo, y nadie aceptaba, de tan llenos. Sobró muchisima torta, porque habian echo una de seis pisos.
Estubieron un tiempo con deudas, pero travajando en dos lados a la ves mi papá consiguió pagar todo.
Gracia spor hacerme entender esta costumbre, es muy interesante, para refleccionar.

delia torres dijo...

Tenía mi abuela en el campo y los casamentos se hacían con lo que había, se asaba un lechón, se hacía torrta co huevos de las gallinas que se criaban y se inbitava a los pariebntes que venías de muy lejos, a veces se quedaban vario dias, había que ponerles conchones en diferentes lñados para que durmieran, la nobia se vestia en una casa de algun pariente para que no la vean hgasta que entrara a la iglesia en el pueblo, era mjy feo que mla miraran y dijerna como uiba vesitda por la mala suerte. Pero las fiestas duranban hasta que se acababa la comoifda, a veces eran varios dias y si los parientes eran de muy lejos se quedaban una semana o mas, y a veces se mataban mas animales para comer,. En fin , que la sfiestas de casamento en el canpo eran largas y con abundancia auqnue es mi histoproa perosnal de mi abuela el redto no se.

arturo frente dijo...

El casamiento d euna tía fue un drama se rompieron unas botellas por el hielo y llenaron de vidrio y cerveza la comida de la heladera seis kilos de sandwiches. Los pollos estaban en malas condiciones y la torta era muy mala, fue hecha poir una vecina y mi tía tenía 18 al casarse, y le dijo al novio que quería hacer la fistea de bnuevo, en unos años, cuando se olvidara del papelón. La peor humillacion fue que los invitados fueron a comprar comida ellos mismos muy lindo el bloj.