LA HISTORIA NO ES EL PASADO, PORQUE TRANSCURRE HOY .
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martes, 5 de julio de 2011

LA SOCIEDAD DE LOS ALBAÑILES MUERTOS

Lo que es hoy un hecho cotidiano, hace cien años no lo era. Caer enfermo, y concurrir a un médico mediante la obra social es algo habitual. Nos indignamos si el doctor nos cobra plus.
Pero a comienzos del siglo XX, disponer de atención médica, siendo uno un pobre obrero –un obrero pobre- estaba más vinculada a la cridad cristiana que a una cuestión de salud.
Un operario que se lastimase, o cayese enfermo, estaba condenado a la caridad ajena, o al hospital público, si podía llegar vivo. Las normas de seguridad laboral directamente eran inexistentes, era un riesgo laboral del obrero, y no del patrón o el estado.
Sin embargo, el Museo posee una libreta que es la prueba que algunos obreros se daban cuenta de este estado de cosas, y que asociándose en forma solidaria podían contar con una especie de seguro de atención médica, e incluso –si las cosas fueron mal- de velatorio y entierro.
La Sociedad Cosmopolita de Seguros Mutuos y Mejoramiento entre Albañiles y Anexos, fue fundada en 1895, seguramente dado el gran auge constructivo de la ciudad. Pensemos que multitud de obreros trabajaban en palacios, mansiones y casas de barrio, en un furor inmigratorio combinado con dinero que entraba a baldes gracias al modelo agroexportador.
El largo nombre, que hoy hubiésemos reemplazado por una sigla, demostraba la importancia que se le quería dar a la institución. Estaba ubicada en calle Mendoza 1758.
El ambiente rosarino parecía propicio para el asociacionismo, ya que los albañiles empezaron a tomar conciencia de su precariedad social y laboral:
“Los obreros albañiles del Rosario hasta hoy enardecidos, ha llegado a comprender en la situación en que se encuentran; cuán grande es el ideal de sus hermanos del viejo mundo y buscan por medio de la unión y la solidaridad, el camino de la Emancipación.”
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A pesar de sus objetivos, había reglas muy claras aunque redactadas en forma algo aleatoria, intercalando artículos en párrafos sin relación, como si se hubiesen olvidado de un tema. Al mismo tiempo, denotaban una cultura que hoy nos dejaría perplejos.
Así, por ejemplo, los socios no podían tener menos de 14 años ni más de 45. Más de esa edad debían considerarse “ancianos”, que podían ingresar sólo mediante un trámite especial.
La libreta que poseemos corresponde a señor Francisco Baraffio, un italiano de 30 años (al que la foto no le hace justicia en cuanto a su edad) y que luego, ya en los años de la década de 1920, se dedicó a vender sanitarios y ejecutar obras de cloacas.
Cada afiliado debía llevar la libreta con las cuotas pagas, y aunque no podemos saber el monto de cada cuota, aunque sí que se pagaban mensualmente.
Cada estampilla llevaba un logotipo: una escuadra, una cuchara de albañil y un martillo, entre dos columnas. Arriba, dos manos entrelazadas, y una cornucopia a cada lado simbolizaba la abundancia. La referencia es clara, la amistad y el compañerismo traerá la riqueza sobre la profesión. Así, la atención incluía:
“Asistencia médica quirúrgica en consultorio y a domicilio. Hospitales, medicinas, baños, masages, aplicaciones eléctricas radiográficas, aparatos ortopédicos, ópticos y extracciones de muelas. Subsidio de enfermedad, de convalencia (sic), de campo, de crónico y servicio fúnebre”.
Sin embargo, las pautas sociales de la época eran bastante influyentes. Había normas morales que el afiliado debía cumplir, y algunas enfermedades estaban malditas, por lo tanto, no se atendían. No se consideraba a los obreros con enfermedades crónicas (pensemos en la tuberculosis o la sífilis). Los enfermos de veneria (o sea sífilis: venérea) podían atender se sólo por 3 meses. Y “engañar” a la Sociedad era motivo de inmediata expulsión y repudio. En caso de socios incurables, les correspondían tres meses de subsidio, y eran separados.
Los alienados, por lo tanto, eran depositados a cuenta y cargo de la sociedad, pero en el “loquero” paraba la atención social. Los suicidas no tenían derecho algúno y lo aportado, lo perdían. La Sociedad también le conseguía trabajo al enfermo recuperado, labor a la que no podía negarse, con pena de expulsión.
Como se verá, la intención era buena, pero no se podía escapar a los cánones culturales de 1900.
Francisco Baroffio murió un agosto de 1927, a los 57 años. La última prestación de la Sociedad fue la mínima -y única- establecida por reglamento:
"ataúd de cedro, de una pulgada, lustre negro, manija de borla, y acolchado fúnebre de 2da. de librea, tres coupes de acompañamiento, velorio, de seis candelabros y seis plantas, inhumación, permiso fúnebre y chapa".

En el casillero de la libreta (donde no se pegó la estampilla correspondiente) la libreta dice simplemente  “falleció”. El servicio estaba cumplido.

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